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17 de agosto de 2011

1 + 1 no siempre es 2

Estábamos tan calientes que nos echaron a patadas del Infierno. Éramos demasiado buenos para los santos del Cielo. Al final solo nos quedó la Tierra. Condenados a gastarnos los pies en este mundo. Pero nos dio igual, tú y yo hacíamos que el mundo se volviese infinito. Borramos el aburrimiento de nuestro vocabulario.


Mil mundos construimos solo para destruirlos instantes después. Levantamos un imperio de besos, palacios de risas y jardines de amistad. Nos perdimos en selvas de discusiones para terminar encontrándonos a nosotros mismos. Jugamos a todos los juegos, reinventamos las reglas. Nos sumergimos en el otro, lo exploramos a fondo. Nos volvimos uno, uno inmenso, sin fin. Desaparecieron todas las fronteras. Fuimos Dios y también el Demonio, fuimos el Ying y el Yang, fuimos todo y no fuimos nada. Conquistamos el Cielo y se nos rindió el Infierno.
Nada se resistió.

15 de agosto de 2011

Senderos sin principio ni fin.

Nos dolían los pies, nos pesaban los hombros y nos sobraban los brazos. Teníamos el espíritu carcomido, el ánimo enterrado en el barro y el hambre nos devoraba por dentro. Estábamos hartos. ¿Pero cómo íbamos a estar si no? Llevábamos más de cuatro semanas así, arriba y abajo, con un calor infernal y con la mochila al hombro aunque no tuviésemos comida con la que llenarla. Marchábamos, corríamos, nos arrastrábamos, lo que hiciese falta. Sombras éramos ya. Vagando sin Norte, deambulando sin destino. Solo teníamos una difusa idea de a dónde queríamos ir y ni la más mera noción de por dónde ir. Pero si nos parábamos nunca llegaríamos, eso lo teníamos muy claro. 


Pero nos habíamos perdido, nos habíamos perdido a nosotros mismos en algún rincón de nuestro interior. Todo por falta de juicio y por culpa de, o más bien a causa de, ellas (a fin de cuentas, ellas no tenían ninguna culpa). Como un perro detrás de una pelota corrimos sin mirar atrás y, peor aún, sin mirar hacia delante. Solo nos preocupaba la pelota pero cuando perdimos de vista la pelota, nos perdimos nosotros también.


Ellas... ¿quiénes eran ellas? os preguntareis. Ellas eran nuestra pelota, nuestras sirenas, nuestra brújula estropeada. Ellas eran nuestro destino, pero también nuestro motor y nuestro comienzo. Ellas, que no nos dejaban dormir; ellas; que nos impedían pensar en otras cosas; ellas, por las que daríamos nuestra vida; ellas, ellas, ellas... Ellas eran ellas. Y sin ellas nosotros no éramos nada.

Desorientados, inútiles, como una brújula en el polo Norte.

14 de agosto de 2011

Niños nerviosos

Todos fuimos niños. Rebeldes, egoístas, inquietos, impacientes, impertinentes, curiosos, impredecibles, irracionales, emotivos, de perdón fácil y lágrima alegre, simples y tremendamente complicados, actores natos, manipuladores, de mentira rápida y conciencia tranquila. Pero podíamos serlo tranquilamente, a fin de cuentas no sabíamos lo que hacíamos, éramos niños, ¿recordáis?


Aquí no ha habido asesinato así que ese niño sigue por ahí dentro, escondido. Creció en nosotros una autoridad (superyó para los freudianos) que empezó a controlar al crío y lo encarceló entre barrotes de compostura y educación. Pero nuestro querido infante interior no se dio por vencido, y atrincherado en nuestro corazón mantiene una eterna lucha con el de arriba por el control. Y fruto de esta guerra sin cuartel tenemos esas fluctuaciones emocionales que le dan gracia a la vida, vamos, esos líos de "me gusta pero no debería", "ay! y si… no, no, mejor no..." Cada uno tiene su propio equilibrio (y su propia tolerancia al alcohol, claro).


A veces nos encantaría que las cosas fuesen tan simples como en los juegos de nuestra infancia, que un "cruci!" lo arreglase todo y que para enterrar el hacha de guerra bastase un "lo siento". Pero también nos gusta el tira y afloja, la sutileza del tonteo, la elegancia de la ignorancia fingida y las batallas de orgullo. Hemos logrado un coctel explosivo que le da emoción al día a día. Seguimos jugando como niños, sin cuidado, sin control; pero hemos cambiado los juguetes y los columpios por sentimientos y licor del malo. 
Seguimos siendo incomprensibles, impulsivos, si nos cansamos de alguien: ¡puerta! no nos importa, crueles, insensatos... Pero también tenemos conciencia y empatía, ahora las lágrimas ya no se derraman por caerse de un columpio sino por heridas más profundas. No nos sangran las manos ni nos escuecen las rodillas, nos explota el corazón y se nos rasga el alma.


Somos algo curioso de ver. Inestables. Contradictorios. Perfectamente imperfectos. Nosotros.


Nuestros juguetes cambiaron con el tiempo.

13 de agosto de 2011

La vida.

Caballeros, hagan sus apuestas. El juego ha empezado. Ya conocen las normas, se permiten cartas marcadas, barajas en la manga, soplos, amenazas, traición, armas de fuego. Procuren no manchar  de sangre ni los naipes ni las fichas. Abstenganse los honestos y sensibles de corazón, los que no quieran tragarse sus principios, los nostálgicos del honor; este juego no esta hecho para ustedes. Recuerden que es imposible ganar, la cuestión es: ¿quién será el último en perder?

Disfruten del juego.





12 de agosto de 2011

Jaque

“–¿Quieres conocerme mejor?
–Me gustaría –reconocí.
–Acabo de preguntarte: "¿Quieres conocerme mejor?". ¿No te parece una crueldad responderme como lo has hecho?
–Quiero conocerte mejor, Midori –repetí.
–¿De verdad?
–Sí.
–¿Aunque te den ganas de apartar la mirada?
–¿Tan terrible eres?
–En cierto sentido, sí. –Midori esbozó una mueca–. Quiero otra copa.”
Tokio Blues – Haruki Murakami



Todo eso

Pájaros a contra luz en los atardeceres.
Arena mojada pegada en los pies.
Tinta que forma negros ríos en las llanuras de mi cuaderno.
Olor a hierba húmeda por la mañana tras una noche de lluvia.
El "crack" de los cubitos de hielo al caer en el té hirviendo.
Máscaras de colores detrás de las que esconderse.
Gotas, gotas de ilusión que resbalan por el cristal de mi ventana.
El martilleo constante del teclado, más constante que el "tic-tac" de un reloj.
Un cajón lleno de deseos y una papelera a rebosar de esperanzas.
Pilas de aburrimiento por todas las esquinas.
Y noches de verano, largas o intensas o tristes o frescas o todo junto o nada de eso.


y nada más, o no.