Las autoridades literarias advierten:

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22 de enero de 2012

A los actores sin guión, a los momentos perdidos, a las decisiones tomadas.

Para algunos, volver a vivir su propia vida sería la peor de las torturas, para otros, la mayor de las recompensas. Poco probable es que se nos aparezca el diablo nietzscheano y nos dé la oportunidad. Sin embargo, la duda sigue ahí ¿merece la pena vivir nuestra vida?¿volveríamos a vivir cada segundo tal como lo hicimos?¿a tomar las mismas decisiones? Más vale que la respuesta sea sí, porque en este asunto no hay dos oportunidades, si no nos gustaría volverlo a hacer, ¿por qué hacerlo la primera vez? No hay espacio para errores, el tiempo apremia, cada tic del reloj es, a la vez, un segundo menos y un segundo más. Un segundo más disfrutado, un segundo menos para que se acabe la función. .

Somos malos actores a los que sólo se les ha concedido una actuación. Podemos cambiar de escenario e incluso de papel pero una vez se levanta el telón no hay vuelta atrás. Tenemos que seguir en escena cueste lo que cueste hasta que se apaguen las luces. Puedes interpretar un papel, modificarlo, inventarte partes o improvisarlo desde cero, todo con la incertidumbre de no saber cuándo caerá el telón. Cada segundo es precioso. Una única oportunidad para hacer la mejor representación que puedas. Lo más triste de todo es que, cuando acabe la representación, no vamos a estar ahí para recibir los aplausos. No dejes las cosas para luego, no vaya a ser que se acabe la obra antes de tiempo y prives al público de ellas. Saca tus mejores trucos, no te los guardes: los versos románticos y las sátiras mordaces, los malabares y los equilibrismos, ese baile que no te sale del todo bien o aquella ridícula coreografía de esgrima. Se el bueno y el villano, el gracioso y el sabio, se cualquiera, se todos o no seas ninguno. Sal a escena y da lo mejor de ti, el público está expectante, la música ha empezado a sonar y el telón sube lentamente. Es tu única oportunidad, aprovechala. Buena suerte.

Y recuerda, cada frase podría ser la última.


21 de enero de 2012

Paraísos ocultos en las nubes

Promesas de humo, palabras vacías. Compromisos forzados, mentiras piadosas. Puñales verbales, heridas figuradas pero no por ello menos dolorosas. Pequeñas sanguijuelas que nos desangran poco a poco y cuando queremos darnos cuenta es demasiado tarde. Construimos nuestros palacios sobre cimientos de porcelana y nos sorprendemos cuando se derrumban. Más vale una modesta y sólida choza que un imponente castillo de naipes. Mejor despacio y seguros que terminar cayéndonos desde las alturas.
No hay que fingir, esto no va de engañar. Las falsas expectativas son una eterna fuente de discusiones, engaños, cabreos, conflictos y guerras.

El valor de una sonrisa

Tan incontrolable que asusta. Esa sonrisa estúpida que asalta los labios cuando piensas en cierta persona, cuando te habla, cuando lees un mensaje. Esa sonrisa que cuenta muchas más cosas que las palabras. Una sonrisa inocente, inconsciente, natural e inevitable. Por esas sonrisas vale la pena poner el mundo patas arriba. Son escasas e impredecibles, nunca sabes quien te va a sorprender sacándote una sin que te enteres. No atienden a razones ni motivos, pregúntate porqué sonreías y no encontrarás respuesta.

Y es lo que le da chispa a la vida, nuestra irrazonable estupidez. Razón de la risa y edulcorante del día a día, la venda que nos impide ver lo que hay a nuestro alrededor y nos hacer ser un poco más felices. Con ella a nuestro lado nos da igual que nada tenga sentido –si te paras a pensar, te darás cuenta de que prácticamente nada de lo que haces es razonable–. Y menos mal, si la vida se guiase por la razón no sería vida. No se puede razonar lo irrazonable.

17 de enero de 2012

Arquitectura de tinta

Recuperando textos viejos, recuerdos garabateados en alguna noche de verano. Noches tranquilas en las que el mar toca una eterna sinfonía para quien quiera escucharla. Con un poco de ginebra y mis pensamientos como única compañía llené páginas y páginas de lo primero que se me pasaba por la cabeza. Desde relatos cortos hasta entradas de diario, pasando por torrentes de sentimientos sin coherencia y barbaridades varias. Algunos han terminado aquí, otros puede que algún día lo hagan y la mayor parte se perderán junto con el papel que los guarda.

No se escribe para los demás. Escribir es como una expedición a lo más profundo de nosotros, una disección sobre el papel. La mayoría de las veces no es agradable, terminas de sangre hasta los codos y se pone todo asqueroso. Pero se aprende, se recuerda, se ven cosas que se suelen pasar por alto o se ven las cosas de otra manera.
Pero la palabra también se puede usar como un lápiz, como ladrillos con los que armar una realidad que dura mientras alguien la lee. Construir mundos enteros en la cabeza de las personas, donde no hay más reglas que las que el escritor quiera. Pintar la realidad, deformarla, estirarla. Pasar de lo ideal a lo grotesco en una línea. Asustar, convencer, emocionar, preocupar, engañar, alegrar, enamorar. El poder de las palabras, la magia de la mentira.

Olor a sal

Entre copas de más y una nube de humo se escabulló mi alma. Esta vez si que me perdí. La dignidad aguantó un poco más, hizo falta más de una botella y alguna que otra sonrisa. La responsabilidad es de las que se acuesta pronto, igual que el sentido común, y no suelen acompañarme de noche. Pero ahí están luego, a primera hora de la mañana listas para echarme la bronca.

Como un barco sin brújula ni capitán. Varado o, en el mejor de los casos, dando vueltas sin rumbo. Queda al mando un segundo de abordo demasiado amigo de la botella como para hacer algo útil y una tripulación que no recuerda lo que era el viento. Y así, a la deriva, hasta que se hunda en una tormenta o algún otro barco tenga a bien salvarlo, seguirá este navío.

Menorca, algún día de Agosto

3 de enero de 2012

Luciérnagas de papel

A veces despacio, tranquilamente, disfrutando cada momento, con calma. Otras con prisas, mal y rápido, ansiosamente, sin pensar. Así es cómo fumamos, y no difiere mucho de cómo vivimos. Todo para que no sirva de nada, para terminar en el suelo, convertidos en ceniza, en polvo. Con cada bocanada estamos más cerca del final, de un final inexorable. Da igual lo que hagamos, cómo lo hagamos o por qué lo hagamos; vamos a terminar apagados de todas maneras.

Pero mientras tanto aquí estamos, un punto de luz en medio de la noche que sueña con ser como las estrellas.