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2 de octubre de 2012

Linternas fugaces

Oscuro. Brillante. Puntos en la nada. Lejos. Una gran luz. Cerca. Focos distantes de un espectáculo que no llegamos a ver. Ni siquiera escuchando en silencio, con atención, podemos oir algo. Sólo captamos luces distantes. Y soñamos con ellas. Nos obsesionan. Nos imaginamos en ellas o yendo hacia ellas. Inventamos nuestro propio espectáculo. Nos atrae lo desconocido. Desde el principio de los tiempos hemos mirado hacia arriba y nos hemos preguntado por esa representación a la que nadie nos ha invitado. A veces olvidándonos de nosotros mismos y de lo que nos rodea, perdidos en la inmensidad. Absortos en la intrigante oscuridad, con sus misteriosos y lejanos testigos luminosos, que indican que hay algo más allá de nuestra nariz. Algo mucho más grande. Nos recuerda nuestra insignificancia.

Ansiamos navegar hacia ese horizonte desconocido, ya sea con polvos de hada o en naves espaciales. Todos llevamos dentro ese pequeño gran aventurero que sólo quiere aferrarse al timón y poner rumbo a lo desconocido, aunque sólo sea en sueños.

Tenemos un misterioso afán por descubrir. Una inquietud incandescente en lo más profundo de nosotros mismos. Queremos ser –al menos– espectadores de ese concierto universal, asomarnos a las salas del infinito aunque sea por unos instantes.
Nuestra estrategia: conquistar en sueños, soñar con conquistas.