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27 de diciembre de 2013

La liquidez

Bajo cero, oscuro tras las ventanas, la habitual orgía de comida sobre la mesa y el torrente rubí necesario para tragar estas fechas descorchado. Días pensados para festejar el nacimiento de un dios al que ya pocos adoran, disuelta ha quedado la esencia de la tradición. Ahora es mero teatro, pura máscara tratando de justificar la celebración, institucionalizar que nos cae bien la familia y hacer de ello un evento anual. Como si cada cual no pudiese celebrarlo a su manera. No, la máquina del consumo exige que le digas "te quiero" a tus hijos con una avalancha de regalos en un día concreto.

Pobres de aquellos que no tengan familia o la tengan demasiado lejos, pues les toca capear estos días en la más abrumadora y fría soledad. Pobres de aquellos que no se lleven bien con sus parientes, porque se verán obligados a escenificar una monumental farsa bajo riesgo de una Tercera Guerra Mundial; y en última instancia, sentirse solos rodeados de gente, la más desquiciante y desoladora de las soledades. Se puede optar por un mar de tinto en lugar de uno de sangre para sobrellevar estas reuniones, no todo tiene que ser una Boda Roja.


Este tipo de situaciones, estas fechas y todo lo que se supone que significan, demuestran –a mi parecer–, lo perdidos que estamos como sociedad, la falta de referentes, valores y creencias. Llevamos siglos luchando por estas libertades, por esta autonomía. Tratando de emancipar la razón del dogma, prendiendo fuego a iglesias y apaleando supersticiones. Siglos puño en alto para echar a los dioses del día a día, para deshacernos de los discursos totalistas. Siglos luchando por una libertad para la que no sabemos si estamos preparados, si tenemos la mentalidad necesaria para afrontar el mar de la incertidumbre sin naufragar en un psiquiátrico o hundirnos en la bebida. ¿Somos de la clase de personas capaz de vivir estos tiempos con entereza? ¿Somos ese "nuevo hombre" tan en boca de Nietzsche, anarquistas u otros filósofos que soñaban con un futuro libre y brillante? ¿Hemos llegado a ese nivel intelectual, a ese estado mental del niño nietzscheano o seguimos siendo corderos, que creyéndose leones expulsaron a los pastores y ahora no saben dónde ir? ¿Somos todos capaces de no ahogarnos en el "todo vale"? Quizá. No elegimos el tiempo en el que vivimos, por mucho que nos esforcemos. Sólo está en nuestro poder decidir qué hacer con el tiempo que nos ha sido dado (como bien decía el mago). La respuesta a esas preguntas es más bien irrelevante. Nos toca a cada uno buscar a qué agarrarnos en estos tiempos de confusión o aprender a nadar en estas aguas. 

Nunca hemos sido tan libres, nunca hemos estado tan solos.

26 de diciembre de 2013

Diciembre

Se ha ido el frío. Hace frío fuera, es Diciembre y nieva, pero no es ese frío. No me he comprado un polar ni una estufa. Tampoco me he dejado los ahorros en licor. No, era un frío que venía de dentro, un frío que brotaba de un oscuro pozo que a veces se nos olvida que tenemos (creo que ya os he hablado de él). Algo ha tapado ese pozo. Y os puedo garantizar que no ha sido a base de objetos ni de comidas navideñas, ya se había ido para entonces.

Es curioso, uno no sabe qué o quién llenará ese pozo hasta que te das cuenta de que ya no tienes frío. Entonces miras hacia el pozo y ahí esta el responsable. Supongo que es así como funcionan las cosas: no sabes lo que quieres hasta que se te planta delante, se choca contigo y te suelta "Hola". Y tú piensas: "joder, era esto". A veces somos así de idiotas.

Así que ven, quédate, que matamos el frío de un beso.
Y gracias.

9 de diciembre de 2013

Un ancla en las costillas

Os voy a contar por qué llevo un ancla encajada en las costillas. Tiene que ver con mi casi obsesiva costumbre de usa metáforas náuticas para todo. Costumbre que, sospecho, tiene su origen en una temprana afición a la serie de novelas de Aubrey y Maturin (para el que no lo sepa, en las que está basada la película de Master and Commander) y demás del estilo: Stevenson, Salgari, Jack London...

La función de cualquier ancla es evitar que el barco sea arrastrado por la corriente o el viento, un punto fijo, un punto de apoyo o agarre.  Es un no dejarse llevar por las circunstancias, es calma cuando la mar se pica. No es, sin embargo, pasividad. Los barcos, a fin de cuentas, no se hicieron para coger moho en un puerto. El ancla es la libertad de cualquier barco de no tener que depender de ningún puerto, la libertad de ir y venir a placer. Siempre debería ser potestad de uno –aunque no suela serlo– el decidir sobre su propio destino, sobre el curso de su vida. El poder resistirse a las circunstancias, el no dejarse llevar por la corriente, por el rebaño. El poder decidir cuándo, cómo, con quién y hacia dónde navegar. Mi ancla no deja de ser un recordatorio de esa célebre cita de Churchill (parafraseando a su vez a Henley) "We are still masters of our fate. We still are captain of our souls". No importa cuál sea la situación, no debemos perder el control de nosotros mismos. Salvo que queramos perderlo, claro está.




25 de noviembre de 2013

Love is hard

Amar es duro, como construir un castillo de arena en plena tempestad. Es duro porque sabes que tarde o temprano se va a ir todo a la mierda, pero es estúpidamente precioso porque aún así seguimos construyendo castillos y enamorándonos. 

Es quizá de las pocas cosas bellas, especiales, que no hemos perdido aún. Es duro porque no es lo de todos los días. No estamos acostumbrados a dejarnos la piel por algo incierto. Dar mucho a sabiendas –aunque nos hagamos los locos– de que es algo destinado a terminar más pronto o más temprano es algo que la mayor parte del tiempo se considera una soberana estupidez: salvo cuando te enamoras. Aquí sí que nos implicamos, por eso duele. Es duro por esa sensación de pérdida, por ese "¿tanto para nada?" que nos asalta cuando una ola nos derrumba el castillo, cuando alguien se va. Esa sensación de abandono, desnudez y "qué idiota soy, ¿no?". Volver al punto cero es jodido, para que nos vamos a engañar, quita las ganas.

Hay quien pasa de hacer castillos y se conforma con rebotar alguna piedra sobre el mar. También los hay que no quieren ni oír hablar de amor y prefieren la nada o el vacío de noches sin nombre. También hay quien prefiere el politono de un móvil al hd de un buen equipo. Hay gente para todo. A veces nos cabreamos, le damos una patada a la arena y nos vamos a lanzar piedras. Pero terminamos volviendo la vista sobre los granos de arena e imaginando como quedaría el castillo. Y antes de que nos demos cuenta, estamos levantando murallas y torres de nuevo.

Deberíamos ser ese niño que, tras sacudirse un poco la arena de la cara, vuelve a ponerse manos a la obra, sin haber perdido una sola pizca de ilusión. Ese niño no construye castillos porque le guste contemplarlos sobre la arena, tampoco porque tenga la más mínima esperanza de que aguanten el oleaje. No, lo que de verdad le lleva a construir castillos, a ser indiferente ante los derrumbes, es su pasión por construir castillos. Lo que de verdad importa es el camino, el mientras, el hacer. No el final. Es duro, pero esa es la gracia.


9 de noviembre de 2013

Noviembre.

Estoy helado. Hace frío fuera pero no es eso. Tampoco es una cuestión de sudaderas. Es una sensación horrible, un frío que nada tiene que ver con el exterior. Es como si mis huesos fuesen de hielo y diese igual cuanto me tape. El frío viene de dentro. El abrazo caliente de un trago de whisky es lo único que consigue espantarlo. El arañazo en la garganta y al calor en la cara, el golpe seco que da al caer en el estómago, el agradable cosquilleo que produce al ir extendiendo su calor por el resto del cuerpo, la paz que deja después de haber fundido los huesos de hielo. 

La espanta un poco pero no quita esa sensación de vacío, del frío que transmite una habitación vacía o un cigarro abandonado. Solo de pensarlo dan escalofríos. Nos llenamos con infinidad de objetos, con conversaciones huecas. Ocupamos nuestro tiempo con una sucesión agobiante de tareas y rellenamos los huecos libres con risas enlatadas. Pero al final, detrás de todo eso, detrás de esa aparente abundancia no hay nada. Cartón piedra, atrezo, mera fachada. Suele irnos bien, nadie se da cuenta, ni siquiera nosotros mismos. Todo funciona y rueda a la perfección, somos felices así. Hasta ese momento en el que el frío te invade sin saber muy bien de donde viene. Pero sí sabes de dónde viene. Brota de ese agujero, de ese vacío interior que no hemos conseguido llenar con nada aunque lo hayamos rodeado de cosas para no verlo. De ese pozo viene ese frío. Y solo algunos abrazos consiguen hacerlo retroceder. Solo algunas personas consiguen llenar un poco el pozo.

Los cuentos que nadie quiere escuchar

Es sencillo cantarle a princesas en castillos en las nubes, a príncipes valientes que destriparán dragones y escalarán montañas con los dientes por un simple guiño de su amada. Nos encantan los cuentos de hadas, los héroes sobrehumanos, las hazañas memorables, los amores imposibles. Por eso es sencillo, son nuestros sueños.

También es fácil hablar de noches largas y solitarias, de almas rotas y corazones pisoteados. De imágenes en blanco y negro con muy poco blanco. Somos unos románticos de los ceniceros rebosantes, de vasos firmados con carmín y de botellas casi tan vacías como nosotros; de las noches en vela, las suelas gastadas y los arroyos salados.

Nos gustan ese tipo de historias, bien por ideales soñados, bien por realidades idealizadas. No es tan fácil hablar de sueños destrozados por cuchillas ensangrentadas ni de ahogar las penas en alcohol a diario. Nadie quiere escuchar sobre princesas que escapan de sus castillos a jeringazos, ni de príncipes que destripan ranas para no morirse de hambre. Ni hablar de sucesos mundanos, de personas anónimas ni de amores de vagón de metro.

Ni palabra tampoco de lágrimas que escuecen ni de soledad tan fría como el acero. Las pastillas para esto y lo otro, las cajas de medicamentos cuyos nombres no puedes pronunciar apilándose sin freno y las visitas semanales al loquero no venden tanto como las caritas sonrientes, las pirámides de botellines y las salidas cada finde al local de turno.

Los cuentos reales nadie quiere escucharlos, quieren la versión edulcorada, infantil, la adaptada, la que termina con un vivieron felices o en una sonrisa de anuncio de dentífrico. No quieren las que acaban con una muerte prematura por sobredosis voluntaria de estupefacientes o con una adicción a los ansiolíticos y al alcohol barato antes de los cuarenta.

3 de noviembre de 2013

Siempre merece la pena

Enamorarse es muy bonito pero termina doliendo. O termina en una botella vacía y un regusto amargo en la boca. Es esa misma sensación de domingo por la mañana con una resaca considerable, un par de moratones que no sabes de donde han salido y unos recuerdos fragmentados pero geniales de la noche anterior; momento en el que avanzas hacia la cocina intentando reconciliarte con la realidad. Más o menos a así se siente uno después de un desengaño amoroso: confundido, magullado y sin ninguna gana de salir de salir de la cama.

La verdad es que el parecido entre una noche de fiesta y enamorarse es asombroso. Ambos nos encantan por mucho que a la mañana siguiente digamos "nunca más". Con el tiempo el recuerdo que importa es el de las alegrías y nos morimos de ganas por repetir. Al fin y al cabo son esos momentos de color los que nos alegran la existencia. Por eso siempre merece la pena. Aunque hagas locuras, viertas lágrimas y termine habiendo heridos merece la pena. Merece la pena enamorarse.

Entre apuntes

La biblioteca tiene su encanto.
Tu cara de sueño por estar aprendiendo.
Tu mirada cansada planeando sobre los apuntes.
Cómo te encaramas sobre la mesa para escribir.
Tu cuerpo cuando grita en silencio, con cada gesto, que se muere de sueño.
Tus salidas constantes a por café y tabaco.
Cómo besas el cigarro con gesto nervioso.
Tu voz, un susurro alegre incluso tras horas de estudio.
Y tu sonrisa.
Joder.
Tu sonrisa.

19 de septiembre de 2013

Black is the new black

Nos encanta lo oscuro. No hablo solo del color. Hablo en todos los sentidos de 'oscuro', está por todas partes. Esta avalancha no trae redecillas, ni maquillaje, ni vestidos victorianos ni demás parafernalia gótica. No. Es otro tipo de oscuridad que roza la frontera entre lo rebelde y lo infausto. Un estado de permanente infelicidad casi anhelada porque se lleva ser infeliz. Se llevan los corazones hechos polvo ahogados en alcohol barato, rodeados de una nube de humo y salpicados de lágrimas amargas teñidas de rímel. Se lleva esa atmósfera de misterio más falsa que el decorado de un teatro, que le da consistencia a la actuación e igual te asegure no dormir solo esta noche. Se lleva beber Jack Daniel's porque es, sin duda, mucho más duro, más oscuro y atractivo que un vodka-limón. También se lleva la soledad: el café solo, dormir solo, llorar solo, pasar horas solo delante del ordenador. Se llevan cantarle a la noche y las chupas de cuero de negro, emborracharse en sitios oscuros y estampar a alguien contra una pared (o que te estampen) en sitios aún más oscuros.

Lo marginado, lo que siempre se ha dejado de lado, lo extraño, lo oscuro. Los tatuajes, las drogas, el tango. Las mujeres que matan con una sonrisa, los hombres que se dejan ver muertos. El vaso de bourbon de las 3 a.m. y el fumar como un carretero. El quedarse en la calle hasta el amanecer, no con una sonrisa si no con los tacones en una mano, la botella en la otra y lágrimas en ambos ojos. El porro de después de decir "qué mierda de mundo" y el beber cerveza por beberla.

Igual somos más oscuros de lo que nos creemos normalmente. O más idiotas.

29 de agosto de 2013

Báilame, agua.

Hoy las olas rompen a mis pies y yo solo quiero bailar. Bailar un tango húmedo entre la espuma y romper las tablas bajo las nubes. Narrar con los pies una historia con demasiado alcohol, ceniceros desbordados y poca luz; mientras nuestros cuerpos dibujan un futuro de sueños imposibles y promesas obscenas. Bailar como si no hubiese mañana; o mejor, como si hubiese un mañana que no queremos que llegue. Lanzarse a un descontrolado frenesí perfectamente coordinado, abandonarse a la música, dejarse caer y que te levanten los golpes de acordeón.

Bailar para olvidar errores cometidos,
un tango con mi sombra. Que ella es
la única a la que no puedo pisar los pies,
la única a la que no puedo hacer daño.
Bailar así un tango con la soledad.
Llenar con música los agujeros que me han hecho
los cañones de la razón.

Entregarse, sentir.
Dejarse apuñalar.
Caer, revivir.
Saltar al vacío.
Llorar. Reír.
Perder la cabeza.
Vivir.

Bailar, no con la soledad ni con la razón,
tampoco con sombras ni olas. No.
Bailar con la vida
un tango a muerte.

14 de julio de 2013

Hablemos de alcohol, como siempre

Como todo lo bueno, solo es mejor. Es probablemente el mejor criterio para distinguir lo bueno de lo malo. Si un trago te da arcadas, si necesitas mezclarlo para que entre, no es bueno. Esto se aplica principalmente a los vinos, a los licores y a las personas. 

La calidad no debe mezclarse, sino tomarla tal cual. Con paciencia, a pequeños sorbos, disfrutando. Sin abusar. Se merece tu tiempo y un vaso de verdad, no esas mierdas de plástico. Te recompensará despejándote la mente, con una buena conversación. Ayuda a pasar las frías noches de invierno y las largas noches de verano. Da apoyo cuando hace falta y viene bien a la hora de meditar una decisión importante. Son gente con presencia y lucidez, bebidas con cuerpo y aroma.

Por supuesto, está la opción barata. La que solo entra con litros de mezcla y mucho hielo. La que no se toma nada con moderación y no piensa dos veces las cosas, ni siquiera una. O te la bebes de un trago o no hay quien pueda. Entra fría, te calienta toda la noche y a la mañana siguiente te deja tirado. Es la del clásico ¿qué he hecho?. Esa que a la mañana siguiente, al abrir los ojos, hace que pienses "mierda, nunca más". Por supuesto que no es de fiar, no le confíes ni tus penas ni tu amor. Lo más que vas a sacar es un dolor de cabeza o una mala conciencia, y ganas de vomitar. Puede que incluso las tres. Tiene tendencia a borrar la memoria o nosotros a borrarla de ella, no lo recuerdo.

Aunque así puesto parezca obvia la mejor opción, tendemos a decantarnos por la segunda. Por supuesto que es tentadora. Ayuda a deshacerse de tensiones y sale mucho más barata, económica y sentimentalmente. No nos gusta la sensatez ni la seguridad. Huimos como locos de la razón y la seriedad. Yo el primero. Pero hay muchas direcciones en las que correr cuando huyes de algo y las personas baratas no son ni serán la mejor opción. Todos recurrimos al alcohol de a 4€ la botella de vez en cuando pero es un suicido hacerlo una constante, tan suicidio como ahogarse en él. Es mejor tener unas pocas botellas de las buenas para todo el año que olvidar tu nombre todos los fines de semana. Igual que es mejor la escasa pero buena compañía que una horda de conocidos que en el fondo apenas te conocen.

En cualquier caso, la mejor opción es y será la cerveza con risas. No encaja ni en un lado ni en el otro. Sus consecuencias son imprevisibles y dependen solo del estado de ánimo de los presentes. Y ambas, sin duda, entran solas sin necesidad de mezclarlas con nada.



9 de julio de 2013

Inconfundibles

No están rotas, están melladas. No tienen defectos de fábrica pero la vida es muy puta y pega fuerte. A base de años son un lienzo de golpes y arañazos, de los que te llevas al caerte al suelo, al tirar hacia delante. Los golpes internos no se ven a simple vista, pero se terminan notando. Son, sin duda, los que más marcan. Corazones cosidos a cicatrices, arados con desengaños. Están hechos al uso, cansados de ser usados con tanta frecuencia.

Las personas melladas tienen un aire especial, entre duro y cansado, como los viejos veteranos. Pero sin ser viejas, ni tan veteranas como creen. Una mezcla de la desconfianza de la experiencia sumada a la impulsividad de la juventud. Un cóctel explosivo que termina explotándoles siempre en las manos al grito de "¿ves? ¡ya lo sabías!". Las deja sordas y ciegas durante una temporada pero al final esa gente se queda con ese aire especial. Ese gesto de sé mucho más de lo que parece pero no me voy a molestar en demostrarlo.

Parte de sí la enseñan, parte la dejan a la imaginación, como un buen bailarín de tango. Te las encontrarás en el metro o esperando el autobús, en el bar de abajo o haciendo footing. Son ese chico callado que te cruzas todas las mañanas, la muchacha de la mesa de enfrente y el señor de traje del último piso. Son muchas y diferentes las personas melladas pero a todas se les nota el polvo del camino. Porque aquí, la puta, no perdona a nadie.


26 de junio de 2013

Apenas quedan vinos de las viejas cosechas

El paso firme de aquellos que sienten que el mundo está para que ellos caminen sobre él. La ropa elegantemente discreta. El porte de una estatua griega. Un aire anacrónico al tiempo que atractivo. Andaba con una cuidadosa despreocupación y te regalaba con una sonrisa fresca y natural, mil veces ensayada. Era todo un caballero.

Pero era ese brillo en los ojos, pulido durante años. Era esa elegancia innata aprendida a lo largo de media vida. Era esa calculada indiferencia lo que suspendía sobre el vacío, durante una milésima de segundo, el corazón de cualquier mujer.

Hombres así, de los de modales cuidados y mirada un punto pícara ya no quedan. Solo quedan niños, de los de gestos torpes y mirada estúpida.


El progreso, lo llaman, ese devorador de tradiciones. El agujero negro de la posmodernidad, donde todo vale y nada perdura, donde la fecha de caducidad fue ayer y el pensamiento más sólido no aguanta un soplo de aire.  La tumba de caballeros y buenas costumbres, del placer de un buen coñac y de un tempo relajado.  Matarife de la serenidad y del buen gusto. Modas que se suceden frenéticamente, a cual más ridícula, no son sino un vano intento de tapar todas esas tumbas.

25 de junio de 2013

Cargados

Supongo que lo primero sería agradecerte tu constante e incondicional compañía, tu inquebrantable amistad. Con frío y con lluvia, a las cuatro de la mañana o nada más salir de la cama, siempre has estado ahí para echar una mano, para calentarme o para darme ese empujón cuando más falta me hace. Gracias por las noches en vela estudiando conmigo y por las tardes en las escaleras de la biblioteca. Gracias por aguantar mis escaladas de estrés la mañana de antes de un examen. Te debo más de un aprobado. Gracias por tus cálidos besos en los días de invierno. Gracias.

Pero no son todo momentos duros. Hemos dado muchos paseos por el centro y disfrutado de alguna que otra tarde en una cafetería. Hemos estado en Italia y en Portugal, en Londres y en Irlanda, incluso hemos cruzado el Atlántico hasta Seattle y  Vancouver. A este paso, de aquí a no mucho habremos recorrido medio mundo. Hemos pasado noches en la cama con un buen libro, hemos visto infinidad de películas y series. Hasta las tantas nos hemos quedado escribiendo aquí o dibujando allá, has supervisado cada línea, cada trazo. Hay pocos que puedan presumir de una intimidad similar.


Que ya son muchos años y muchas horas juntos. Quizá empezamos demasiado pronto, quién sabe, pero desde luego que nos queda un largo camino.


Black, as usual

16 de junio de 2013

La coherencia duele

Pues eso, que duele. Es algo duro de mantener. Y no me refiero a ser coherente contigo mismo, eso es sencillo, es natural, es lo que te sale. Coño, es lo que eres. El problema es ser, o intentar ser, coherente con algo que va más allá de ti, algo que asumes como tuyo pero que no ha salido de ti sino que viene de fuera. Algo ideal. Ahí está el problema, los ideales siempre dan problemas. Mantener algo que no nace de ti y que está en constante lucha con la realidad que te rodea. Unir lo abstracto con lo práctico. 

Nos han enseñado que con pensar las cosas vale, que con creerlo y sentirlo de verdad quedas absuelto de todos tus pecados, solo tienes que decirlo. Somos una cultura de la palabra, todo se puede por medio de palabras. Y así nos va, que nos creemos que con dar cuatro gritos en la calle o despotricar en el bar vamos a cambiar el mundo, que con eso está todo arreglado. 

Las palabras deben corresponderse con la realidad, las palabras deben significar cosas. Hablar debería tener sus consecuencias. Pero no. Hablamos sin pensar porque es gratis hablar y cuando nuestras palabras se estrellan contra la realidad hacemos oídos sordos y seguimos defendiendo discursos que hacen aguas. Hablamos como si las palabras no tuviesen valor, como si no significasen nada, como si estuviesen vacías. Hablamos por hablar y se nos olvida que las palabras deberían significar algo, que las palabras pesan y no se las lleva el viento, que las palabras correctas pueden cambiar el mundo. Hablamos y hablamos porque todo es hablar, hablamos porque es bonito, hablamos porque es infinitamente más barato que actuar.

Hemos hablado tanto que hemos terminado por vaciar las palabras, las hemos gastado hasta el punto de que ya no son más que cáscaras vacías. Pero seguimos usándolas para todo. Y el problema de usar cajas vacías para construirnos es que nos hace vacíos. Presumimos, orgullosos, de castillos de humo e incluso discutimos sobre cual es mejor. Pero en cuanto viene el viento de la realidad todos se difuminan en el aire. Y en el fondo lo sabemos, sabemos que nuestros cajas están vacías y que nuestros discursos hacen aguas, sabemos que lo que decimos no es nada y que nuestras ideologías tienen la solidez de un castillo de naipes (sean del color que sean). Y aún así, seguimos aferrándonos a esos castillos, a esas cajas vacías. ¿Por qué? porque es lo que tiene todo el mundo, lo que nos define, y únicamente gracias a que compartimos cosas con los demás, a que habitamos en los mismos castillos, llegamos a sentirnos unidos a alguien. Nuestras huecas palabras ya tienen otros que creen entenderlas y compartirlas. 

Y no deja de ser triste que sea con eso de lo que estemos hechos, de humo. 

Por eso es muy difícil ser coherente. Ser coherente supone soplar fuerte, quitar el humo y hacer los castillos de piedra. De lejos los dos parecen castillos pero la diferencia es abismal. Ser coherente supone llenar todas esas cajas vacías, tirar los discursos rotos y guardar la baraja. Ser coherente supone poner orden en tu propia casa, pasar el polvo a los clásicos, aspirar y fregar bien el juicio, poner a punto la reflexión, tirar los sentimentalismos y limpiar las manchas de ideología. Ser coherente con tus ideales es jodido. Y sale caro. Duele defender palabras con las que nadie más se compromete, duele.

Por eso, en el fondo, nadie lo hace.





 .






9 de junio de 2013

Cosas de la edad

Tenían veinte años y los llamaban locos. Su mayor agobio era aprobar unos estúpidos exámenes para poder hacer lo que de verdad les gustaba. Eran gente sencilla, de esa que aún cree en el amor y conoce el valor de una sonrisa. Tenían aspiraciones sensatas y razonables, como hacer del mundo un lugar mejor, ser felices y vivir del aire. Su método era una cuidadosamente planificada improvisación, que tendía a dar unos resultados desastrosamente buenos, y cuando no, enseñaba a apañárselas como fuese; lo cual, a fin de cuentas, también es bueno. 
Eran esencialmente amantes. Amantes de la bebida, en su justa gran medida. Eran amantes de todo lo bueno, desde la literatura hasta el sexo. Pero también sabían apreciar el sabor de lo malo: del mal vino, del tabaco barato y de los besos de "si te he visto no me acuerdo".
No se aferraban a sueños porque para ellos no eran sueños, eran realidades remotas. Cuando hablan de imposibles no se refieren a cosas que no se puedan hacer o no puedan suceder, eso no existe. No, imposible es solo un eufemismo para 'me da una pereza monumental hacerlo'. Es peligrosa la gente que no se toma en serio lo imposible. Luego hacen cosas extraordinarias ante las caras boquiabiertas del público en general, cosa que el público pensaba imposible. Pero claro, ellos como no sabían que era imposible, lo hicieron.
Por cosas como esas se los ha tachado de locos, soñadores e inútiles. Pero es injusto, ellos no son tantas cosas. Ellos son simplemente jóvenes.

La noche huele a verano

El crujir de unos milímetros de tabaco al consumirse lentamente era lo único que rompía el silencio aquella noche de Junio. Eso y esos sonidos que solo aparecen en mitad de la noche, como el rumor del tráfico a lo lejos y el cuchicheo del viento con los árboles. Si mirabas fijamente en la oscuridad podían verse las aún más oscuras siluetas de los murciélagos patrullando frenéticamente la nada en el más absoluto silencio.

Esa es la gracia de las noches, el silencio. Pero no el silencio de invierno, que suena a muerte. No, las noches de invierno no te dejan sentarte en la ventana, las noches de invierno te empujan de malas maneras hasta la cama y te obligan a atrincherarte tras las sábanas. Las noches de verano son mucho más amables, algo peligroso en época de exámenes, pues invitan cálidamente a dar una vuelta o te ofrecen un cigarro mientras miras al cielo. No es necesario, pero a veces la canción correcta sonando suave de fondo mejora la situación y acompaña mejor que algunas voces.

Se nota que les tengo aprecio a las noches de verano, ¿verdad? Es por culpa de cierto verano, muy largo y muy solo, pero muy bien acompañado. Absolutamente irrepetible y por ello muy importante. Aprendí muchas cosas y desaprendí otras tantas. Quizá eso último fue lo más importante, desaprender. Es esencial, y para eso están los veranos. Para olvidar y descansar, para desaprender lo inútil y darse cuenta de lo importante. Y a veces se aprende mucho más tras cuatro copas y en buena compañía que encerrado en un aula durante horas. En verano uno aprende que una sonrisa no tiene precio y que la cerveza fría no cabe en los libros, uno aprende lo que solo se aprende viviéndolo.
Los veranos están para vivir, para vivir todas esas cosas que deberíamos vivir a diario pero que simplemente vamos dejando pasar.

25 de mayo de 2013

Stand your ground

A veces rendirse es la opción más fácil, especialmente cuando los demás triunfan sin esfuerzo aparente. La mayoría de las veces "rendirse" es solo un eufemismo de 'darlo por perdido'. Existen muchas situaciones en las que lo más inteligente es abandonar y dedicar las energías a otra cosa. Pero hay algunas en las que no, hay algunas en las que rendirse ni siquiera es una opción, ni tan solo una remotísima posibilidad. Porque, verás, uno no puede rendirse en la vida, no puedes darte por perdido. No puedes abandonarte y dejar que la masa te arrastre, no puedes renunciar a ser alguien, a ser especial, a ser tú. No dejes que el peso de las circunstancias te aplaste, no te hundas en la nada. Sí, los habrá en este mundo que irán por delante pero eso no los convierte en inalcanzables. ¿No los alcanzas corriendo? No pasa nada, para, piensa, hazte con una bici y adelántalos a todos.  ¿Quieres ejemplos de superación? ¿de perseverancia? ¿de ilusos, soñadores y, al fin, triunfadores? Mira a tu alrededor, mira tu historia. Quisimos correr más que los caballos, construímos coches; quisimos surcar los cielos, ahora volamos más alto que los pájaros; se nos antojó pisar la Luna, ahí está nuestra huella. Alguien que se hubiese rendido jamás habría roto las nubes, como mucho se habría contentado con soñarse haciéndolo. 

"Nunca lo sabrás si no lo intentas" es buen argumento para animar y rescatar a los cansados. Si te rindes renuncias a un futuro, abandonas un sueño, matas parte de ti. Hasta que no te hayas estrujado el cerebro, agotado el cuerpo, hasta que no te hayas roto los dientes intentando hacer despegar el maldito avión, hasta que verdaderamente no hay más, que no exista más de ti. Hasta entonces, tu deber, tu obligación, es seguir adelante

20 de mayo de 2013

Microrrelatos

Se creían libres
hasta que los barrotes de su jaula
les partieron la cara.


Volaba alto
pero la fuerza de la realidad
lo aplastó contra el suelo.


Se durmió para huir de la horrible realidad
y cuando quiso despertar
ya estaba muerto.

Hablemos

Hablemos de granos de arena en las plantas de los pies, de brisas calmadas y del bailar de las olas. Hablemos de gaviotas inquietas y niños felices, del sol hundiéndose en el agua cada tarde. Hablemos de pieles cubiertas de sal, del calor agradable de las noches de Agosto. De los libros de playa y de reggae sonando sin pausa. Hablemos también de noches ahumadas acunadas por el murmullo de las olas, de poemas escritos en la arena y de apasionadas historias que terminan en espuma. Y, por qué no, hablemos también de caracolas y barcos pirata, de castillos de arena y sueños de atardecer. Del eterno cortejo del mar a la tierra, del nocturno camino de plata que va de la orilla al infinito.
Hablemos de calma y de tiempo.
Hablemos de verano.




7 de mayo de 2013

In memoriam


Cada cual honra o llora a los muertos como puede, como sabe o como le sale. Desde lágrimas sueltas a catedrales, pasando por llantos desconsolados, esculturas, sinfonías o poemas. Yo no soy ni propenso al llanto ni arquitecto, ni mucho menos millonario, tampoco soy escultor ni compositor, aún menos capaz de elegías como las de Lorca. Yo tengo mi cabeza y mis palabras y no soy particularmente sobresaliente con ninguna de ellas. A mi los sentimientos me salen en formato texto, yo lloro letras. Me expreso o teorizo o se me va la olla y vomito incoherencias, según. En cualquier caso, te regalo mis palabras. 



          Una sombra, justicia, llanto, desgarro, dolor, bendición, indiferencia. Eternidad, castigo, recompensa, fin, principio, alivio, paz, pena... La muerte es muchas cosas, según para quien. Nunca un sufrimiento en sí para el difunto aunque a veces el más terrible desgarro para los aún vivos. Existen tantas formas de entender la muerte como personas y es probablemente uno de los elementos más íntimos del 'yo', tanto la forma de ver la muerte de los otros como de ver la propia. Según entendamos la muerte entenderemos la vida, o viceversa, y las diferencias entre unos y otros sobre este aspecto son abismales.

1 de enero de 2013

Noches viejas

Fotones perdidos y cigarros a medio quemar. Cafés bebidos y polvorones mordidos. Copas sucias sobre la mesa, champán derramado en el suelo. Chicas ligeras de ropa para ser invierno y playbacks mal hechos en todas las cadenas. Un fregadero lleno de cacharros que nadie quiere recoger. Petardos y gritos fuera de las ventanas. Y alcohol, mucho. Eso es la 1 de la mañana de un 1 de Enero cualquiera, el entierro de un año y el nacimiento de otro. Por eso tiene ese doble aire de festivo y decadente.

01/01/2013 5:26 am. 
Una Nochevieja más. Casi igual que la última. En lugar de solo ginebra; ginebra, café y hierba. No tengo muy claro si es un progreso o todo lo contrario. Joder, un año más. 20 años desde la cosecha del 93. Veinte. Es casi un cuarto de siglo. Ultimamente vivo más significativamente –por llamarlo de alguna manera– los cambios de año que mis propios cumpleaños. Curioso. Es un año más, al fin y al cabo, ¿qué más da mes arriba mes abajo? 
En estas fechas la gente suele proponerse cosas que realizar a lo largo de los próximos 365 días –o de hoy en adelante, nunca lo he tenido muy claro. Quizá yo también debería hacer una lista. Aunque solo sea para leerla en 30 años y ver como de lejos (o cerca) he estado de cumplirla.  Según la actual esperanza de vida, llevo vivido un cuarto de mi vida. Es tan buen momento como cualquier otro para (re)plantearse los próximos años.

Todo gira alrededor de ser feliz. Vivir para ser infeliz es una suprema pérdida de tiempo y energías. Así que, ¿qué mínimo que vivir una vida feliz? Una vida que valga la pena recordarla, una de la que se puedan escribir unas buenas memorias. Mirar hacia atrás en cinco décadas y sonreír. Pero ser feliz puede llegar a ser monótono, con algo habrá que alegrar esos años. Quiero viajar. Viajar bien, de verdad. No estoy hablando de hacer turismo sino de viajar, de vivir otros sitios. Aprender cosas que no están en los libros ni jamás podrán estarlo, ver lo que no cabe en una fotografía, sentir. Llamadme romántico, pero me atrae Oriente. La India, Nepal, Tailandia, Bangladesh, Birmania, Laos, Vietnam... Y de paso, Australia, Nueva Zelanda, Indonesia... Vale, paro, me estoy enrollando. Viajar, viajar por el suelo, no por las nubes. Entre la gente, no en una burbuja. Vivir, probar, experimentar, conocer. Saber de todo un poco, más que de poco todo. 

Supongo que esos son mis propósitos, vivir, disfrutar, conocer. 

Y con esta reflexión nocturna despedí ayer el año o, más bien, le di la bienvenida al nuevo. No os deprimáis, haced siempre lo que esté en vuestra mano para ser felices. Y cuando eso no sea suficiente, haced lo imposible.

Disfrutad.

Feliz año.

Balada de un futuro sin luz

Mirar hacia delante en la oscuridad y no ver nada. No saber con qué te puedes tropezar ni por dónde va el camino. Un lienzo negro sería un buen retrato del futuro de los hijos de los 90.

No somos una generación perdida. Somos una generación a la que le han robado el Norte. Somos los más informados y preparados que ha visto este país, alta tecnología humana. Una quinta empapada de política que sabe qué quiere, o al menos qué no quiere. Que ha perdido la confianza en los de arriba pero no la esperanza en si mismos.

Adolescentes que podrían enseñarle economía a Rajoy pero que se beberán hasta el agua de los floreros  un fin de semana cualquiera intentando salirse de este mundo y huir. Aunque a la mañana siguiente no se acuerden de con quien se acostaron y no puedan ni salir de la cama, saldrán a la calle para que no les quiten su futuro ni les roben sus sueños. No quieren este mundo y se debaten entre abandonarlo y salvarlo. Nadie confía en ellos ni ellos en nadie. Los valores de sus padres se derrumban, las cosas ya no son lo que eran y los viejos colores no les dicen nada. Tienen muy dentro que no son corderos y rugen como leones, pero aún no matan dragones. Pero llegará ese día y se derrumbarán castillos. Y los niños pondrán las reglas.

No se puede pisotear tanto a alguien. Cuando explote rodarán cabezas.

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