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1 de enero de 2013

Noches viejas

Fotones perdidos y cigarros a medio quemar. Cafés bebidos y polvorones mordidos. Copas sucias sobre la mesa, champán derramado en el suelo. Chicas ligeras de ropa para ser invierno y playbacks mal hechos en todas las cadenas. Un fregadero lleno de cacharros que nadie quiere recoger. Petardos y gritos fuera de las ventanas. Y alcohol, mucho. Eso es la 1 de la mañana de un 1 de Enero cualquiera, el entierro de un año y el nacimiento de otro. Por eso tiene ese doble aire de festivo y decadente.

01/01/2013 5:26 am. 
Una Nochevieja más. Casi igual que la última. En lugar de solo ginebra; ginebra, café y hierba. No tengo muy claro si es un progreso o todo lo contrario. Joder, un año más. 20 años desde la cosecha del 93. Veinte. Es casi un cuarto de siglo. Ultimamente vivo más significativamente –por llamarlo de alguna manera– los cambios de año que mis propios cumpleaños. Curioso. Es un año más, al fin y al cabo, ¿qué más da mes arriba mes abajo? 
En estas fechas la gente suele proponerse cosas que realizar a lo largo de los próximos 365 días –o de hoy en adelante, nunca lo he tenido muy claro. Quizá yo también debería hacer una lista. Aunque solo sea para leerla en 30 años y ver como de lejos (o cerca) he estado de cumplirla.  Según la actual esperanza de vida, llevo vivido un cuarto de mi vida. Es tan buen momento como cualquier otro para (re)plantearse los próximos años.

Todo gira alrededor de ser feliz. Vivir para ser infeliz es una suprema pérdida de tiempo y energías. Así que, ¿qué mínimo que vivir una vida feliz? Una vida que valga la pena recordarla, una de la que se puedan escribir unas buenas memorias. Mirar hacia atrás en cinco décadas y sonreír. Pero ser feliz puede llegar a ser monótono, con algo habrá que alegrar esos años. Quiero viajar. Viajar bien, de verdad. No estoy hablando de hacer turismo sino de viajar, de vivir otros sitios. Aprender cosas que no están en los libros ni jamás podrán estarlo, ver lo que no cabe en una fotografía, sentir. Llamadme romántico, pero me atrae Oriente. La India, Nepal, Tailandia, Bangladesh, Birmania, Laos, Vietnam... Y de paso, Australia, Nueva Zelanda, Indonesia... Vale, paro, me estoy enrollando. Viajar, viajar por el suelo, no por las nubes. Entre la gente, no en una burbuja. Vivir, probar, experimentar, conocer. Saber de todo un poco, más que de poco todo. 

Supongo que esos son mis propósitos, vivir, disfrutar, conocer. 

Y con esta reflexión nocturna despedí ayer el año o, más bien, le di la bienvenida al nuevo. No os deprimáis, haced siempre lo que esté en vuestra mano para ser felices. Y cuando eso no sea suficiente, haced lo imposible.

Disfrutad.

Feliz año.

Balada de un futuro sin luz

Mirar hacia delante en la oscuridad y no ver nada. No saber con qué te puedes tropezar ni por dónde va el camino. Un lienzo negro sería un buen retrato del futuro de los hijos de los 90.

No somos una generación perdida. Somos una generación a la que le han robado el Norte. Somos los más informados y preparados que ha visto este país, alta tecnología humana. Una quinta empapada de política que sabe qué quiere, o al menos qué no quiere. Que ha perdido la confianza en los de arriba pero no la esperanza en si mismos.

Adolescentes que podrían enseñarle economía a Rajoy pero que se beberán hasta el agua de los floreros  un fin de semana cualquiera intentando salirse de este mundo y huir. Aunque a la mañana siguiente no se acuerden de con quien se acostaron y no puedan ni salir de la cama, saldrán a la calle para que no les quiten su futuro ni les roben sus sueños. No quieren este mundo y se debaten entre abandonarlo y salvarlo. Nadie confía en ellos ni ellos en nadie. Los valores de sus padres se derrumban, las cosas ya no son lo que eran y los viejos colores no les dicen nada. Tienen muy dentro que no son corderos y rugen como leones, pero aún no matan dragones. Pero llegará ese día y se derrumbarán castillos. Y los niños pondrán las reglas.

No se puede pisotear tanto a alguien. Cuando explote rodarán cabezas.

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