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29 de agosto de 2013

Báilame, agua.

Hoy las olas rompen a mis pies y yo solo quiero bailar. Bailar un tango húmedo entre la espuma y romper las tablas bajo las nubes. Narrar con los pies una historia con demasiado alcohol, ceniceros desbordados y poca luz; mientras nuestros cuerpos dibujan un futuro de sueños imposibles y promesas obscenas. Bailar como si no hubiese mañana; o mejor, como si hubiese un mañana que no queremos que llegue. Lanzarse a un descontrolado frenesí perfectamente coordinado, abandonarse a la música, dejarse caer y que te levanten los golpes de acordeón.

Bailar para olvidar errores cometidos,
un tango con mi sombra. Que ella es
la única a la que no puedo pisar los pies,
la única a la que no puedo hacer daño.
Bailar así un tango con la soledad.
Llenar con música los agujeros que me han hecho
los cañones de la razón.

Entregarse, sentir.
Dejarse apuñalar.
Caer, revivir.
Saltar al vacío.
Llorar. Reír.
Perder la cabeza.
Vivir.

Bailar, no con la soledad ni con la razón,
tampoco con sombras ni olas. No.
Bailar con la vida
un tango a muerte.