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19 de septiembre de 2013

Black is the new black

Nos encanta lo oscuro. No hablo solo del color. Hablo en todos los sentidos de 'oscuro', está por todas partes. Esta avalancha no trae redecillas, ni maquillaje, ni vestidos victorianos ni demás parafernalia gótica. No. Es otro tipo de oscuridad que roza la frontera entre lo rebelde y lo infausto. Un estado de permanente infelicidad casi anhelada porque se lleva ser infeliz. Se llevan los corazones hechos polvo ahogados en alcohol barato, rodeados de una nube de humo y salpicados de lágrimas amargas teñidas de rímel. Se lleva esa atmósfera de misterio más falsa que el decorado de un teatro, que le da consistencia a la actuación e igual te asegure no dormir solo esta noche. Se lleva beber Jack Daniel's porque es, sin duda, mucho más duro, más oscuro y atractivo que un vodka-limón. También se lleva la soledad: el café solo, dormir solo, llorar solo, pasar horas solo delante del ordenador. Se llevan cantarle a la noche y las chupas de cuero de negro, emborracharse en sitios oscuros y estampar a alguien contra una pared (o que te estampen) en sitios aún más oscuros.

Lo marginado, lo que siempre se ha dejado de lado, lo extraño, lo oscuro. Los tatuajes, las drogas, el tango. Las mujeres que matan con una sonrisa, los hombres que se dejan ver muertos. El vaso de bourbon de las 3 a.m. y el fumar como un carretero. El quedarse en la calle hasta el amanecer, no con una sonrisa si no con los tacones en una mano, la botella en la otra y lágrimas en ambos ojos. El porro de después de decir "qué mierda de mundo" y el beber cerveza por beberla.

Igual somos más oscuros de lo que nos creemos normalmente. O más idiotas.