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27 de diciembre de 2013

La liquidez

Bajo cero, oscuro tras las ventanas, la habitual orgía de comida sobre la mesa y el torrente rubí necesario para tragar estas fechas descorchado. Días pensados para festejar el nacimiento de un dios al que ya pocos adoran, disuelta ha quedado la esencia de la tradición. Ahora es mero teatro, pura máscara tratando de justificar la celebración, institucionalizar que nos cae bien la familia y hacer de ello un evento anual. Como si cada cual no pudiese celebrarlo a su manera. No, la máquina del consumo exige que le digas "te quiero" a tus hijos con una avalancha de regalos en un día concreto.

Pobres de aquellos que no tengan familia o la tengan demasiado lejos, pues les toca capear estos días en la más abrumadora y fría soledad. Pobres de aquellos que no se lleven bien con sus parientes, porque se verán obligados a escenificar una monumental farsa bajo riesgo de una Tercera Guerra Mundial; y en última instancia, sentirse solos rodeados de gente, la más desquiciante y desoladora de las soledades. Se puede optar por un mar de tinto en lugar de uno de sangre para sobrellevar estas reuniones, no todo tiene que ser una Boda Roja.


Este tipo de situaciones, estas fechas y todo lo que se supone que significan, demuestran –a mi parecer–, lo perdidos que estamos como sociedad, la falta de referentes, valores y creencias. Llevamos siglos luchando por estas libertades, por esta autonomía. Tratando de emancipar la razón del dogma, prendiendo fuego a iglesias y apaleando supersticiones. Siglos puño en alto para echar a los dioses del día a día, para deshacernos de los discursos totalistas. Siglos luchando por una libertad para la que no sabemos si estamos preparados, si tenemos la mentalidad necesaria para afrontar el mar de la incertidumbre sin naufragar en un psiquiátrico o hundirnos en la bebida. ¿Somos de la clase de personas capaz de vivir estos tiempos con entereza? ¿Somos ese "nuevo hombre" tan en boca de Nietzsche, anarquistas u otros filósofos que soñaban con un futuro libre y brillante? ¿Hemos llegado a ese nivel intelectual, a ese estado mental del niño nietzscheano o seguimos siendo corderos, que creyéndose leones expulsaron a los pastores y ahora no saben dónde ir? ¿Somos todos capaces de no ahogarnos en el "todo vale"? Quizá. No elegimos el tiempo en el que vivimos, por mucho que nos esforcemos. Sólo está en nuestro poder decidir qué hacer con el tiempo que nos ha sido dado (como bien decía el mago). La respuesta a esas preguntas es más bien irrelevante. Nos toca a cada uno buscar a qué agarrarnos en estos tiempos de confusión o aprender a nadar en estas aguas. 

Nunca hemos sido tan libres, nunca hemos estado tan solos.

26 de diciembre de 2013

Diciembre

Se ha ido el frío. Hace frío fuera, es Diciembre y nieva, pero no es ese frío. No me he comprado un polar ni una estufa. Tampoco me he dejado los ahorros en licor. No, era un frío que venía de dentro, un frío que brotaba de un oscuro pozo que a veces se nos olvida que tenemos (creo que ya os he hablado de él). Algo ha tapado ese pozo. Y os puedo garantizar que no ha sido a base de objetos ni de comidas navideñas, ya se había ido para entonces.

Es curioso, uno no sabe qué o quién llenará ese pozo hasta que te das cuenta de que ya no tienes frío. Entonces miras hacia el pozo y ahí esta el responsable. Supongo que es así como funcionan las cosas: no sabes lo que quieres hasta que se te planta delante, se choca contigo y te suelta "Hola". Y tú piensas: "joder, era esto". A veces somos así de idiotas.

Así que ven, quédate, que matamos el frío de un beso.
Y gracias.

9 de diciembre de 2013

Un ancla en las costillas

Os voy a contar por qué llevo un ancla encajada en las costillas. Tiene que ver con mi casi obsesiva costumbre de usa metáforas náuticas para todo. Costumbre que, sospecho, tiene su origen en una temprana afición a la serie de novelas de Aubrey y Maturin (para el que no lo sepa, en las que está basada la película de Master and Commander) y demás del estilo: Stevenson, Salgari, Jack London...

La función de cualquier ancla es evitar que el barco sea arrastrado por la corriente o el viento, un punto fijo, un punto de apoyo o agarre.  Es un no dejarse llevar por las circunstancias, es calma cuando la mar se pica. No es, sin embargo, pasividad. Los barcos, a fin de cuentas, no se hicieron para coger moho en un puerto. El ancla es la libertad de cualquier barco de no tener que depender de ningún puerto, la libertad de ir y venir a placer. Siempre debería ser potestad de uno –aunque no suela serlo– el decidir sobre su propio destino, sobre el curso de su vida. El poder resistirse a las circunstancias, el no dejarse llevar por la corriente, por el rebaño. El poder decidir cuándo, cómo, con quién y hacia dónde navegar. Mi ancla no deja de ser un recordatorio de esa célebre cita de Churchill (parafraseando a su vez a Henley) "We are still masters of our fate. We still are captain of our souls". No importa cuál sea la situación, no debemos perder el control de nosotros mismos. Salvo que queramos perderlo, claro está.