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24 de noviembre de 2014

La rutina de romper la rutina.

El enésimo cigarro, el botellín número aún-me-entra-otro y ese bar en el que estás más cómodo que en tu casa. Una noche indistinguible de otras muchas y sin embargo completamente única. De las de salir a tomar algo y volver con el sol rompiéndote los ojos. La plaza, la guitarra, el tercer litro y el joder, ya me han liado. Las caras familiares de siempre y ¿de dónde ha salido este porro?. Esos viernes de venga, tómate otra, que aún es pronto y cuando miras el reloj ya son las cinco. Nuestra rutina de romper la rutina. Y vaya que si estamos a gusto.

Luego viene el ¿qué hice yo anoche y por qué me duele tanto la cabeza?, seguido de esa inevitable  madrugada del domingo, cuando empiezas a hacer eso que tienes que entregar en seis horas, y el yo este finde quería descansar y al final no has dormido una mierda. Por fin te acuestas, ni te atreves a mirar el reloj, no vaya a ser que sea ya hora de levantarse. Lo siguiente es el estruendo del despertador, el acordarse de la madre del que inventó los lunes y los párpados pegados con superglue. La hostia, qué sueño. Café. Café cargado, negro como el aceite de motor. Café de esos que podría revivir a un muerto o darle un paro cardiaco a un vivo pero que a ti te hace poco o nada.

Ya sea por intervención divina o sobredósis de cafeína, en cierto momento arrancas. Arrancas y empiezas el ir y venir. Ese ir y venir que irremediablemente te lleva, sin saber muy bien cómo, a tener de nuevo un cigarro en una mano, una cerveza en la otra, cinco días a tu espalda y un fin de semana por delante.

21 de octubre de 2014

Quizás

Quizás alguna noche, iluminados por los fluorescentes de alguna de esas muchas estaciones, crucemos la vista. 

Quizás, tras cruzar la vista, nuestros ojos vuelvan a encontrarse y decidan quedarse. 

Quizás, tras unas palabras tímidas y algún ademán torpe, terminemos quedando a tomar un café. 

Qué se yo, quizás todo marche bien y quedemos una segunda vez. No a tomar café, sino a tomar unas cervezas. 

Y quizás, sólo quizás, haya una tercera y una cuarta. Tantas que perdamos la cuenta. 

Quizás, fruto de un cruce de miradas pueda surgir una bonita historia y muchos recuerdos. 

Pero quizás, sólo quizás. 
Porque ¿sabes? Para que se dé ese cruce de miradas, deberías levantar la vista del puto móvil.

9 de septiembre de 2014

¿Un café?

Tomo demasiado café, o eso me dice todo el mundo. Quizá tengan razón. Podría ser peor. Mucho peor, en realidad. Hay "inas" bastante más terribles que la cafeína. Tengo adicción a la cafeína. Lo sé. Pero bueno, adicciones tenemos todos. Al café y al tabaco suelen ser las más comunes. También hay adictos al deporte, al dibujo o a enamorarse de causas perdidas. Casos más pintorescos pero no menos habituales son los adictos a mirar con cara de pocos amigos en el Metro, los adictos a tumbarse en el césped y mirar las nubes y los adictos a joder días ajenos con comentarios inoportunos. También se dan casos esporádicos de adictos a sonreír los lunes por la mañana, a bailar en ropa interior cuando están solos en casa y a soñar que un mundo mejor es posible. Como veis, no todas las adicciones son malas. 


Compartimos



Compartimos. Somos animales sociales y tenemos una tendencia irrefrenable a compartir las vivencias personales con el resto. A buscar su aprobación y simpatía. Para bien o para mal, nos relacionamos con el entorno a través de constructos sociales. Vivimos por y para los demás, aunque la mayor parte del tiempo no seamos conscientes de ello. Le hemos puesto nombre a nuestras emociones y sentimientos, pero en el momento en el que lo hacemos dejan de ser nuestras y pasan a querer amoldarse a un concepto abstracto. Los nombres limitan y dan forma a la realidad, deja de ser la cosa y pasa a ser la idea. Por eso inconscientemente no nos terminan de convencer las etiquetas, sabemos que algo falla. Por eso muchas parejas no quieren "darle nombre a lo suyo", porque es suyo y de nadie más. Porque nombrar es controlar, es poder. Pero por mucho que nos pueda molestar, nada es real hasta que tiene un nombre.

Nada es real si no es compartido. 

Y eso lo sabemos todos. 

 Happiness is only real when shared.

Banderas


A los que les duela la patria por mis palabras, mis más sinceras disculpas. Al resto, perdón por aburriros con política, pero estoy un poco cabreado.

Recuerdo una pegatina, hace años, que rezaba: "un patriota, un idiota", con una bota pisando la bandera nacional y varias autonómicas. Siempre me ha parecido una verdad bastante contundente. No hay nada más estúpido que enorgullecerse de gestas ajenas como propias. De la Transición para acá, la izquierda ha apadrinado las causas nacionalistas de los variados independentismos de este país. 

Que sí, que es muy romántico la defensa de "los pueblos oprimidos" y que era un mercado electoral muy jugoso. Pero tomar la causa de las elites de la alta burguesía regional, que siempre han buscado mayor autonomía fiscal (ergo política), politizarla como opresión al pueblo catalán/vasco/valenciano/gallego/castellano/etc. por una intangible "España", vendérsela a la masa y utilizarla como músculo político para la izquierda está muy feo. 

Que a ver qué coño pinta la izquierda, internacionalista ella en su mayor parte y defensora de clases, no de banderas, apadrinando a nacionalistas varios. Que no tiene ni pizca de coherencia que nos salga urticaria cuando vemos la bandera nacional y vitoreemos como si nada las autonómicas y la republicana (sí, la tricolor es tan nacionalista como la que más, que se os olvida). 

En fin, que será mi vena anarquista, pero me cabrea la gente con banderas, salvo que sean blancas o negras. 

Me cabrea la prostitución ideológica de la izquierda, últimamente más perdida que Colón, que parece que no tiene muy claro qué o a quién defender. 

Me cabrea que, ahora, nacionalismo/independentismo se asocie a izquierda. 

Y me cabrea que no os cabree. 

Hala, con Dios.

29 de agosto de 2014

Luna

Llevaba tiempo queriendo presentaros a alguien. Ya la habéis visto por aquí antes pero no la conocéis formalmente. A estas alturas creo que ya va siendo hora de que haga una breve introducción.


"Luna" no es, claro está, su nombre, sino más bien una suerte de título o de apodo. Podéis llamarla Ella, aunque yo muchas veces la llame Tú.

Es francamente difícil de describir, le gusta cambiar de look con frecuencia. Hay temporadas que es rubia, otras morena. A veces castaña y también tuvo su época pelirroja. Ha llevado melena larguísima, pero también el pelo muy corto; liso, ondulado o rizado, según el día. Le dio por raparse media cabeza y después por hacerse rastas. Lucía algún que otro tatuaje y más de un piercing, no todos para los ojos de todo el mundo. La ropa, la de siempre, los vaqueros de conquistar el mundo y las zapatillas de dejar huella en corazones ajenos.A veces arreglada pero nunca pretenciosa.

Podría hablar de sus ojos o de su sonrisa, de la forma que tenía de besar o de cómo me atrapaban sus sábanas, pero sobre eso ya habéis leído suficiente.

Siempre ha sido una amante de la literatura, incluso a veces escribe (poesía, relatos... según le dé) y salvo prontos esporádicos, escucha buena música. Prácticamente nunca dirá que no a una cerveza y no dudará en sentarse de mala manera en el suelo de alguna plaza, una de esas que tantas veces nos han visto borrachos. Por esas mismas, nos suele pillar el sol con una Mahou en la mano y, a veces, un beso en los labios.

Madrid nos ha visto reír, soñar y tiritar, incluso bailar. Nos ha visto besarnos en portales, rodar por parques y morirnos de ganas en sus esquinas. Nosotros la hemos visto llorar y atardecer, la hemos visto cuando se pone coqueta y se viste con uno de esos cielos de colores; la hemos visto en sus días tristes y grises.




El lenguaje es algo curioso. Me permite hablar de ti, que nunca exististe, y de nosotros, que nunca fuimos. Puedo inventarte y escribirte. A ti, a un 'tú' que no es nadie, que sólo existe en el papel. Y vosotros, lectores, podéis creerlo como si "ella" fuese real, como si tuviese nombre y cuerpo, incluso voz propia. Podéis imaginarla como si fuese una, como si no fuesen muchos nombres, muchos cuerpos, muchas voces; todo superpuesto y entremezclado bajo la etiqueta de "tú" o "ella". Mi Luna, mis lunas.

Y mis disculpas si a veces habéis entendido lo que no teníais que entender o imaginado más allá de dónde deberíais. Gajes de la literatura y de fiarse de alguien que juega con las palabras.

Las palabras, como siempre, hacen magia. Pero nunca la suficiente: tú sigues demasiado cerca como para olvidarte y demasiado lejos como para quedarte. Y yo sigo aquí, escribiendo(te).

21 de agosto de 2014

Escribamos algo nuevo

No sé vosotros, pero yo estoy hasta las narices de leer siempre sobre lo mismo. Alcohol, nicotina, corazones pisoteados y gesto serio. Harto. Todo visto a través de un cristal translúcido de tanto usarlo que le da un tono oscuro, como el fundido final de una de esas películas en blanco y negro. Cansado de intuir el hilo de todo el texto en el tercer adjetivo. Empezar cada línea esperando un juego de palabras original o una metáfora poco gastada, para terminarlas con una decepción.

Aún aguardo con ingenuidad un giro brusco de la línea general, un cambio de tono a media página, un tema poco prostituido. No sé, algo. Mi horizonte de expectativas es —creo— bastante modesto. No pido tanto, ¿no? Saliros de los tópicos, copón, que es gratis. Dad un paso fuera de los ceniceros llenos y las botellas vacías, del vaso firmado con carmín y de aquella sonrisa. Olvidaos de una puta vez de su mirada y de aquella manera que tenía de beber cerveza. Salid de esas sábanas tan frías y quitaos su ausencia de encima, que fuera hace sol.

Últimamente parece que no se puede escribir sin hablar de polvos de una noche y amores de una vida. De la botella de Jack y la bolsa de María. De habitaciones iluminadas por la escasa luz que se cuela entre las persianas y por relámpagos de pasión. Es abrumador, no llevo leyendo ni tres líneas y ya está la escena llena de humo. No creo que acabe el párrafo sin calarme hasta los huesos en una tormenta emocional. Con un poco de suerte se puede llegar hasta las medias rotas y los tacones apoyados en la acera sin resbalarse con las lágrimas tintadas de rímel. Probablemente para acabar el texto tenga que hacer acrobacias para vadear tanta entropía y tanto caos. Eso si no me corto con la alfombra de cristales rotos, porque con este humo uno no ve dónde pisa. Gracias a dios, detrás de alguna coma habrá unas cuántas cervezas esperando. Con un poco de suerte incluso habrá un puñado de risas.

Que todos estamos jodidos, que sí. Que a todos nos duele el corazón, también. Que empatizamos al primer desamor y nos ganan en la segunda calada. Pues sí, somos así. Pero escribid algo nuevo.

Igual es cosa mía, eh, que me rodeo de melancólicos y poetisas. Igual es cosa mía, que tengo demasiado trillada la "poesía moderna" y termino leyendo siempre a los mismos. Igual es cosa mía, que la lírica me aburre. No sé, quizá por eso siempre he preferido las historias. A mí se me gana con relatos, no con versos.

Lo dicho, harto.

Hablo para vosotros, pero también para mí. Que aquí monotemático soy yo como el que más.

A ver si escribimos algo nuevo, ¿no?

10 de agosto de 2014

Un sueño

La gente que tiene las cosas claras es la que llega lejos, dicen. La gente que tiene unas metas, unos objetivos. La gente que se sacrifica por algo, la gente que cree en algo. La gente que es capaz de darlo todo por algo. La gente, la gente, la gente. Aquellos que tienen vocación de tal o de cual. Aquellos que tienen un sueño y lo persiguen. Aquellos que siguen un camino, una línea recta con un final. Aquellos que saben a dónde quieren llegar, llegan. Aquellos capaces de dejarse la piel, de no darse por vencidos. Aquellos capaces de creer con la suficiente fuerza que, pase lo que pase, lo lograrán. Aquellos con fuerza de voluntad y dedicación.


¿Y el resto qué?

¿Qué pasa con los que no tienen metas ni objetivos concretos? Los que no tienen nada por lo que sacrificarse y dejaron de creer en todo. Sin vocación, sin fe, sin rumbo. Balas perdidas. Rifles que no saben a dónde apuntar. Sin un sueño, pero con muchos sueños. Los que se niegan a seguir una línea recta y prefieren perderse por los caminos. No es que no sepan a dónde quieren ir, es que no quieren llegar a ninguna parte. Llegar significa terminar, significa parar. Llegar significa un final. No quieren un final porque saben que lo que vale la pena es el camino, no la meta.

¿Qué hacemos con los que simplemente quieren vivir? Los que no van a llegar lejos porque no van a andar en línea recta. Los que no van a llegar lejos pero van a recorrer muchos más caminos.

¿Qué hacemos con los que no quieren llegar lejos? No quieren porque "lejos" es la meta de otros. "Lejos" es algo que no les dice nada. Una cruz en el mapa bajo la que no hay ningún tesoro para ellos.


Los aplastamos. Eso hacemos con ellos. Los miramos mal, los marginamos, los comparamos con "lo correcto". A los que se salen del camino marcado, a los que se paran a contemplar las flores, a escuchar a los pájaros. La sociedad castiga al que se sale de sus esquemas, al que no se traga el brillante futuro que nos vende, al que sabe que un taco de títulos no dice nada de uno mismo. La sociedad, como si de un perro pastor se tratase, ladra y muerde a las ovejas que no siguen al rebaño.


¿Os cuento mi sueño? Que "la gente" y "la sociedad" me dejen vivir en paz.

4 de agosto de 2014

Nada

Eres una ausencia difusa, insistente, constante.
Creí que no lo serías.
Creí que te quedarías en el capítulo anterior,
en una página perdida muchos meses atrás.
Pero no.
El libro quedó abierto por tu página,
apartado en una esquina de la mesa.
Han ido y venido otros libros,
otras páginas.
Meros panfletos a tu lado.

Ahí seguías tú, estando sin estar.
Ahí seguía yo, haciendo como que no estabas.
Ahí seguía yo, pasando páginas;
páginas de libros que nunca me interesó leer.
No sé si quiero leerte
o cerrarte definitivamente.

No lo sé.

Solo hay una cosa que tengo clara:
Nada puede tener futuro teniéndote presente.

2 de agosto de 2014

En nada creemos

Si hace un siglo y medio se oía "Dios ha muerto", podemos añadir un crimen más a la humanidad: La fe ha muerto. Tras enterrar a Dios tomaron el relevo la Razón, el Progreso y el Amor. Pero ya no queda nada de eso. Hemos perdido la fe en la Razón y en el Progreso, hemos dejado de creer en el Amor. Hemos dejado de tener fe en los absolutos. A todo le encontramos mácula. Somos incapaces de terminar de creernos nada, incapaces de tener fe en nada. En nada ni en nadie.

Nos hemos deshecho de toda tabla a la que algún día nos agarramos para no ahogarnos en nuestro viaje por la realidad. Y ahora solo pataleamos desorientados intentando no hundirnos.

Nos queda agarrarnos a lo único tangible que nos rodea: el ahora. Aferrarnos al presente es quizá lo único que nos salva un poco. No mirar hacia atrás, no mirar hacia adelante. Permanecer en este preciso instante, exprimirlo, aprovecharlo, disfrutarlo y, en definitiva, vivirlo. Quizá estemos más cerca del carpe diem que nunca.

1 de agosto de 2014

Podría...

Podría hablaros de lo infinitamente perdidos que estamos. De ese improvisar hoy el mañana sin ningún rumbo claro. De resolver el instante sin tener ni puta idea de a dónde queremos llegar. De ese errático andar con el que recorremos nuestro día a día. Podría hablaros de eso, pero sabéis tanto o más que yo.

Podría hablaros de esa maraña de sentimientos que nos da pereza desenredar. De ese amor que viene y va. De esos cambios de humor. De ese no dormir hoy porque la cabeza no nos deja en paz y de ese dar vueltas en la cama mañana porque el corazón está gilipollas. De ellos y de ellas. Podría hablaros de eso, pero nada nuevo os puedo contar.

Podría hablaros de cosas alegres también. De risas alrededor de hogueras. De noches inolvidables y fiestas históricas. De conciertos improvisados con la cerveza como única musa. De viajes increíbles y amigos más increíbles aún. De salir 'a tomar algo' y volver por la mañana. De no dormir y no comer, porque ¿para qué?, pasarlo bien es mucho más importante. Podría hablaros de eso, pero no quiero aburriros.

Podría hablaros de sus sábanas. De esa manera que tiene de mirar, de suspirar, de gemir. De mil historias, cigarros, paseos y polvos. De presentes radiantes y futuros imposibles. De sueños hechos realidad y de sueños hechos pedazos. De esa canción que... ya sabéis. De ese hablar mediante caricias. De besos furtivos en un portal. Podría hablaros de eso, pero ¿qué os voy a contar que no hayáis echado de menos ya?

Podría hablaros de muchas cosas, pero nada que no hayáis oído, visto, vivido, probado, sufrido, temido, disfrutado... Podría hablaros de muchas cosas, pero no quiero abusar de vuestra paciencia.

21 de julio de 2014

Tengo una teoría


No nos gustan personas concretas. Nos gustan los conceptos que representan. Adjudicamos roles a las personas que entran en nuestras vidas, funciones. Las colocamos en categorías ideales, en espacios vacíos en los que encajan. Amamos esas categorías, a quien las ocupa por estar ellas. Quizá no llenen del todo el hueco, casi nadie lo hace. Pero idealizamos a quien las llena para que ocupe todo el espacio que le corresponde, inflamos a las personas al idealizarlas.
Idealizamos al amor de nuestra vida pero también a nuestro mejor amigo, al follamigo de turno o a nuestro archienemigo. Las personas no son, las hacemos ser algo de eso según nuestras necesidades y a cómo encajen en  ciertos huecos. Y si los huecos están llenos, las colocamos en otros salvo que nos parezcan mucho mejores que el actual ocupante. En ese caso comparten hueco si es suficientemente grande o remplazan al anterior.

Depende de cuando aparezcan las personas, ocuparán huecos, remplazarán a alguien o simplemente pasarán de largo por nuestra vida. Tu mejor amiga podría ser una desconocida, tu archienemigo el amor de tu vida. Según. Al final no deja de ser todo una cuestión de casualidades, coincidencias y buena (o mala) suerte.

27 de junio de 2014

Quam minimum credula postero

No eran una generación perdida. Eran una generación abandonada a su suerte, como muchas otras. Eran una generación de cerveza en un bordillo y poesía de 140 caracteres. Porque el mundo a veces va demasiado rápido y no es sano ir tan deprisa.

Eran una generación con las cosas claras, tan claras como esa oscuridad en la que se refugiaban de las farolas.  Habían nacido en la cultura del ahora, por supuesto que no tenían planes de futuro. Nada más allá del próximo festival o el próximo viaje, con el que huir sin saber muy bien de qué ni de quién.

Saturados de hipsterías y bohemiadas varias. Que si no has leído a tal o escuchado a cual no cuentas, que si no has cenado allá, desayunado acá o sentido el mordisco de la helada soledad una noche de otoño mientras contemplabas como el humo de tus pensamientos se fundía en la oscuridad iluminado por la pálida luz de la luna no eres nadie.

Que si Neruda, Salinas, Murakami, Pizarnik, Bukowski y una botella de absenta medio vacía. Que si Hesse, Kerouac, Palahniuk, Benedetti (joder con el puto Benedetti), un cenicero a rebosar y quizá algo de Sartre. Procura pasear libros con esos rótulos lo suficiente y citarlos con regularidad en tus múltiples redes sociales.

No tienes ninguna gracia si no tocas la guitarra o la armónica. O dibujas acojonantemente bien o escribes –preferiblemente poesía(?), de verso corto e irregular y juego de palabras profundo– o una foto tuya ha ganado algún premio. En realidad, preferiblemente todo lo anterior. Sazonado de algún viaje que te haya cambiado la vida, mejor si es a un sitio exótico muy colorido.


Eran una generación jodida, en todas sus acepciones. Y eso no los hacía especiales, por mucho que pensasen lo contrario. No eran muy diferentes de sus mayores ni lo serán de los que vengan detrás. Tu madre también ha estado emporrada en un concierto de su grupo favorito, tu profesor ha vivido en una okupa. El del kiosco también soñaba con viajar hasta la India haciendo autostop y la de la taquilla de Alsa recuerda todos los festivales que tiene a su espalda cuando te ve con la quechua y el macuto. El del bus te saca muchas horas de comer altavoz y la señora que da de comer a las palomas también se enamoró hasta perder la razón. También escucharon música hasta altas horas de la madrugada entre bebidas alcohólicas y cannabinoides. En esas calles ellos también corrieron con las porras detrás. Amanecieron en esos bancos, bebieron en esos parques, follaron en aquellos rincones, cantaron borrachos en estas plazas y se desplomaron en esas esquinas. Incluso bailaron en los mismos locales o, al menos, en unos igual de cutres.

Pero no hay nada malo en sentirse único y especial. Es característica intrínseca a la juventud el pensarse los primeros. Quizá es lo que le da cierta emoción, ir a lo inexplorado, innovar. Sabemos que no, pero lo obviamos discretamente. Como muchas otras cosas. Si no nadie se dejaría la piel intentando hacer de este mundo un lugar un poco mejor. No para el futuro, no. Un mundo mejor para ti, para mi, ahora. Empezamos cosas que van a fracasar, porque empezarlas es ahora y esos significa vivirlas ahora. El fracasar ya llegará, a tiempo para empezar algo nuevo. Inmersos en nuestra nube de cerveza, apariencias, letras y acordes, caminamos día a día sin que nos estorbe demasiado. Nada importa mucho. Que la ola que surge del último suspiro de un segundo, nos transporte mecidos hasta el siguiente.

Hemos comprado un carpe diem, uno sano e inconsciente. Veremos si es una buena inversión.
Mientras tanto, quam minimum credula postero.

2 de junio de 2014

Podríamos haber sido felices.
Pero nos quedamos
en una esperanza
en lugar de en una realidad.
En un subjuntivo
en lugar de en un presente.

Nunca aprendimos a conjugar
aquel futuro de ilusiones
en un presente de risas.
Perdimos nuestro plural
en dos tristes singulares.
Y ahora sólo somos dos primeras personas
que ya no tienen con quien conjugarse.

8 de mayo de 2014

Un cigarro y un pincel

Un cigarro a dos caladas de consumirse, abandonado con prisas sobre un rayado cenicero de cristal, parecía ser el único responsable de la neblina que inundaba la habitación. Era difícil precisar la hora, la luz que entraba por la ventana era esa luz grisácea de cualquier día de invierno en cualquier momento entre el amanecer y el atardecer. Como migas de pan, prendas de ropa por el suelo marcaban el camino desde mitad del pasillo hasta la cama. sobre ella, se adivinaba un bulto entre las desordenadas mantas. Dos cuerpos entrelazados, tan juntos que lo único que había entre ellos era sudor.

Tal era la escena que el pobre pintor trataba de fijar en aquel condenado lienzo, en un desesperado intento por sacársela de la cabeza. Ingenuo de él, creía que pintando todos y cada uno de esos recuerdos, quedarían encerrados en una cárcel de óleo para no volver a atormentarle jamás.

Por desgracia para él, la cantidad de pintura en los lienzos casi igualaba a las lágrimas derramadas pintándolos. Los recuerdos se amontonaban por los rincones en pilas de alegrías infinitas condenadas a tempo pretérito. A cada cuadro más viva la escena, más real la imagen, más honda la pena, más amargas las lágrimas.

4 de marzo de 2014

Lágrimas

1#
Lágrimas que caen por dentro y fuera de la ventana. No recuerdo si se oía algo aparte de la lluvia, pero no lo creo. Fueron lágrimas mudas. No tenía fuerza para gritar, ni siquiera para sollozar. Aquello no era un llorar, era un desmoronarse por dentro como un castillo de naipes. Sin ninguna resistencia, sin un solo ruido. Su interior estaba arrasado, no quedaba absolutamente nada. Tenía el aspecto de un cascarón vacío. La mirada encharcada, fija en el infinito. El gesto relajado, inmóvil durante horas. Igual que el resto de su cuerpo, tirado en una esquina. La espalda rígida apoyada en la pared, las piernas extendidas sobre el suelo y los brazos caídos hacia los lados. Lo único que aquel día permitía saber que no había muerto era el constante goteo de lágrimas que caía de su mejilla y el casi imperceptible ir y venir de su pecho al respirar. Parecía que toda luz hubiese abandonado su cuerpo por ese sendero plateado que eran sus lágrimas. Era vacío, la imagen de la más pura desolación. Algo murió aquel día. Jamás le volvieron a brillar los ojos ni a iluminársele la cara, tampoco volvió a reír. Una sombra gris se instalo en su rostro.

Aquel fue el día de su muerte, pero su cuerpo aún tardó años en darse cuenta y seguir el mismo camino que su espíritu. El dolor puede ser más afilado que cualquier cuchilla, la tristeza robar con más determinación que el mejor ladrón. Pero por aquel entonces eso no lo sabíamos y no supimos qué hacer. Apenas entendimos qué pasaba.

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2#
Fueron lágrimas amargas en la más completa soledad. La almohada terminó aquella noche convertida en esponja. Dolieron, aquellas lágrimas dolieron todas y cada una de ellas. Las sintió como si cada una fuese un pedazo de sí que le arrancaban. La manta tapaba pero escaso escudo era contra la razón de aquel llanto, poco poder tenía un trozo de tela aquella noche. Fluyeron entre sollozos durante largo tiempo, hasta que el cansancio tomó su cuerpo.

La mañana siguiente no fue mejor. Aún entre sueños atinó a salir de la cama rumbo a la cocina pero la consciencia le vino a medio camino y presa del llanto se dejó caer sobre el suelo del pasillo. No sería esto sino la constante durante muchos días. Incluso ahora, hay días que baja la guardia y los llantos vuelven a inundar la escalera de vecinos.

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26 de febrero de 2014

Inviernos

Resulta que el invierno agoniza y la primavera está a la vuelta de la esquina. Me gusta el sol tanto como a cualquiera, pero también me encuentro cómodo bajo cielos de plomo y suelos blancos. A mí este invierno me ha sabido a poco, no sé si por corto o por suave, pero me he quedado con ganas de más.

Siempre me han gustado las mañanas de invierno, con esa luz tenue pero cálida que se cuela tímidamente por las ventanas. Nada que ver con el sol de verano, que a veces puede resultar hasta agresivo, el sol de invierno es como si pidiese permiso para entrar, como si no quisiese molestar, simplemente hacer un poco de compañía. Me gustan esas mañanas, con un café caliente y música tranquila, mañanas de sentarse en el suelo y pensar sobre el devenir del universo mientras acaricias a tu gato. Mañanas en las que el tiempo parece no pasar.

Luego están esas tardes de invierno en las que una tupida cortina de lluvia tapa las ventanas y un jersey gordo los brazos. Tardes que toca pasar entre apuntes, sí, pero que tienen sus pequeñas alegrías. Animan a ponerse a cubierto y echar el rato a cervezas, a solucionar el mundo sentados en el suelo armados solo con cigarros.

Y luego están las noches de invierno. Que sí, que el frío muerde fuerte, pero tampoco es un problema si sabes con quien espantarlo. Son noches mucho más tranquilas que las de verano, con calles vacías y bares a media capacidad, noches más íntimas en cierto sentido. Tienen su aire particular.

Los inviernos para mí siempre han sido largos y tranquilos, contrapunto de otoños movidos y preludio del ir y venir de la primavera. Este no me ha parecido ni tan largo ni tan tranquilo. Quizá es esa sensación de que el tiempo se escurre entre los dedos a un paso que cada vez se me antoja más rápido. Los días pasan a la carrera sin casi detenerse, uno tras otro como coches por una autopista. Quizá le esté cogiendo pánico al paso del tiempo, a la incapacidad de hacer que todo vaya más despacio, a la imposibilidad de prolongar en ciertos instantes. Todo viene y va demasiado rápido. Este invierno también. Se soltó la cadena que ataba el reloj a las horas...

La gente...

La gente es estúpida. Creo que más o menos ese fue mi primer pensamiento profundo sobre la humanidad: atajo de idiotas. Y en media vida no he cambiado de opinión. Lo he matizado, ampliado, pero en esencia sigo pensando lo mismo. La gente es estúpida, sí, pero eso no es malo. De hecho es esa tendencia a lo irracional lo que le da algo de gracia a la existencia. Si no fuésemos estúpidos seríamos predecibles y la vida, insoportablemente aburrida.

Quizá cuando puede verse esta estupidez de manera más obvia y constante es a la hora de elegir pareja. En un abuso de racionalidad, lo más adecuado sería elegir a alguien de mentalidad y gustos similares, emocionalmente estable y con una personalidad compatible y que no genere problemas. Bien, que levante la mano quien se haya pasado la racionalidad por el forro y se haya lanzado de cabeza a lo que, a posteriori, era a todas luces una mala opción. Ahí quería yo llegar.

Cada uno es estúpido a su manera. Los hay con debilidad por las causas perdidas o por las personas rotas, los que caen por una personalidad fuerte. Los de los tópicos del cabronazo y la femme fatale. Los que se encandilan de esos espíritus fuera de la norma o a los que les pierden las personas tirando a locas. Para gustos colores. Mi estupidez personal son los misterios y las historias, personas que son como un puzzle a resolver o una historia a descubrir. O no. Ventajas de la estupidez: no es necesariamente constante. 

La gente es estúpida, por suerte. La gente se deja llevar por sus emociones y deja la razón en un cajón; la gente no se piensa las cosas dos veces, muchas veces ni siquiera una; la gente es fan de un equipo de fútbol, creyente, vota y se enamora. La gente es irracional. Menos mal que a veces nos saltamos los no debería y los no es buena idea y cometemos estupideces. A fin de cuentas, es lo que le da un poco de color a este mundo tan gris. 

1 de febrero de 2014

Estatuas

Los que parecen más enteros luego son los que más rotos están. Esos tranquilos y calmados, que parecen no sorprenderse por nada. De gesto impasible y aparente sangre fría, remanso de sensatez al que muchos recurren a por consejo. Esos que a todas luces parecen sólidos, no de hielo pero sí de piedra, impensable que puedan resquebrajarse. Mentira. Así de simple. Es en gran parte fachada, un muro. Un enorme muro de piedra que da esa impresión de solidez. Todo lo que queda detrás del muro queda oculto, acostumbrado a no ver la luz. Como una estatua hueca, vacía por dentro pero hermosa por fuera. El exterior no cambia, pase lo que pase dentro. Pero eso no evita que tras esa imagen de entereza y esa sonrisa tranquila haya violentas tormentas. Tormentas difusas sin rostro ni forma, difíciles de contener o incluso de comprender. El problema de estas estatuas es que ante estas tormentas están solas. Pocos las van a entender si ni ellas mismas entienden la complejidad de lo que las golpea desde dentro. Y al final todo queda en un déjalo, da igual, estoy bien.

Una cosa sí saben: cuando golpea desde dentro, golpea muy fuerte.
Y solo queda correr y huir lejos, hasta que amaine la tormenta. Pero no se puede correr lejos de uno mismo...

Rivers

29 de enero de 2014

Increíblemente lejos, cerca de aquí

Correr lejos, muy lejos. Huir por una temporada, perderse otra vez. Andar hasta el horizonte una y otra vez. Vagar por valles y montañas, cabalgar por blancas llanuras surcadas de pliegues. Seguir arroyos con la lengua fuera, perderse en la arboleda y enredarse entre sus ramas. Contemplar las estrellas en noches despejadas. Olvidarse de todo. Trepar con calma las montañas y disfrutar de la vista, recrearse en las cumbres. Descender despacio hacia el valle y pasear por esas simétricas calas acariciando su arena con los dedos. Dormir en el bosque y bajar a las más profundas cuevas. Olvidarse del mundo siendo minero y escalador, buceando en esas cuencas, cazando sueños entre los árboles.

Dejar atrás carreteras y torres de hormigón. Deshacerse de relojes y calendarios, despedirse de las obligaciones y la rutina, de todo lo gris. Ir a lo verde, a lo vivo; donde nada importa porque todo es importante: cada paso, cada rama. Huir y perderse donde nadie busque. Dejarse arropar por el susurro de los árboles y acariciar por el aliento cálido de la luna de verano. Sentir el latir de la tierra y cómo tiemblan las montañas, la humedad agradable de esa cueva en verano, su calidez en diciembre. Olvidar las preocupaciones del vivir. Olvidar todo lo que te rodea y jugar. Jugar, por supuesto...


Por supuesto, hablo de perderme en tu cuerpo.
Por supuesto, hablo de jugar juntos.

27 de enero de 2014

NO TE ENAMORES. Hagas lo que hagas no te enamores. No lo hagas. No pierdas la cabeza, no hagas locuras. No hagas estupideces. No le entregues tu corazón a una sonrisa bonita. No cojas ese vuelo a Londres o a París o a Costa Rica. No pierdas la razón en sus ojos. No dejes que se te dispare el pulso. No permitas que te robe el sueño y te quite el hambre. No te desesperes. Bajo ningún motivo esperes de madrugada, bajo la lluvia. No le regales rosas, ni bombones. No pierdas el tiempo, no gastes tus lágrimas. No estés pendiente del teléfono a las cinco de la mañana. No arriesgues tu salud, no lo abandones todo por su culpa. No te sientas como un trapecista en la cuerda floja a cada gesto suyo. No dejes que ponga patas arriba tu mundo, no dejes que le de sentido a tu día a día. No te enamores. No te enamores, te dirán. No te enamores, te repetirán mil y una veces.

Pero si al final desoyes las voces de la supuesta razón, si tu voluntad flaquea ante sus encantos, si lo haces, si no hay manera de frenarlo, si no puedes evitarlo, y te enamoras; entonces olvida todo lo que alguna vez te dijeron. Olvídate de todo eso, de todo lo que se supone que tienes y no tienes que hacer. Olvídate de los tópicos y las convenciones, o no. Olvídate de la cabeza y de la razón, o no. Haz lo que se suponga que tengas que hacer y también todo lo contrario. Haz lo que te pida el cuerpo. Haz estupideces, muchas, a diario. Espera de madrugada bajo la lluvia, todas las noches si hace falta. Pierde el tiempo, cry a river. Ve hasta el fin del universo para encontrar ese CD o ese libro que sabes que le va a encantar. Deja que esa sonrisa te secuestre el corazón, sumérgete en sus ojos y déjate ahogar. Pasa las noches en vela contando estrellas. Coge el puñetero avión sin mirar atrás, o el autobús o anda quinientas millas y otras quinientas más solo para caer ante su puerta. Juégate la salud, la vida y tus ahorros sin pestañear. Regálale rosas y bombones, regálale un jodido jardín y una pastelería; o mejor, cinco cajas de pizzas y muchas cervezas. Déjalo todo y corre si te lo pide. Pero no lo hagas esperando algo, no lo hagas por conseguir su favor o un lado de su cama. No. Ni siquiera a cambio de un gesto amable o de una sonrisa. No es un intercambio, en un intercambio siempre saldrás perdiendo. Que no te carcoma el desamor o el despecho. Da sin pedir. Sea lo que sea, regálalo incondicionalmente. Lo harás porque –imbécil de ti– su felicidad es tu felicidad.

No te enamores, pero si lo haces, hazlo hasta el fondo.

19 de enero de 2014

Calores

Los inviernos piden, irremediablemente, calor. Calor que mate el frío, todos los fríos. El calor de una taza de café recién hecho que espanta a gritos el frío de una mañana helada, por ejemplo. O el calor de un buen libro y un edredón mullido cuando fuera el cielo se rompe y el viento ruge. El calor de un cigarro acompañado, insensibles al mordisco del invierno. El calor de una cerveza fría entre risas contra el frío de la rutina. El calor de una animada conversación, campeón absoluto sobre el frío del aburrimiento. El calor arropador de la música, capaz de batirse victoriosamente contra las frías punzadas de la tristeza. El inconfundible calor de un abrazo, efectiva dinamita contra el frío de la soledad. El calor de ese cuerpo amigo con el que te sientes en casa que derrite los más profundos témpanos. El calor de esos besos, más fuertes que el café. El de esas caricias mejores que cualquier edredón. El calor de su respiración en el cuello, fuego de dragón al lado de un cigarro. El de su cálida sonrisa, capaz de triturar el tedio. El de esa voz, esa risa, que hace que sobre la música. Hay infinidad de fríos e infinidad de calores. Pero hay calores que matan todos los fríos.



Como el de la columna de humo que brota de un cigarro en la tranquilidad de una noche sin viento, alzándose hacia el cielo estrellado. Como el de las estrellas que observan impasibles, cómplices de incontables noches, como el humo desaparece en la noche. Como el del sol en una cama fría en una noche de un invierno.

13 de enero de 2014

Los románticos

Hace un par de meses más o menos una tal E. me dijo que no entendía a los "Románticos dieciochescos de palabra y corazón" como yo. Y claro, uno cuando le toca en sus apuntes el Romanticismo se acuerda de estas cosas y se fija, a ver si va a ser verdad.

Los susodichos dieciochescos eran unos ególatras llenos de amor, de amor a la bebida; con un aire solipsista muy chungo, propensión al aislamiento, la exageración de sentimientos y con la maestría suficiente como para convertir todo eso en desgarradoras obras líricas que transformarán la literatura y la sociedad posteriores hasta límites que a veces cuesta creer.

Hay que reconocerles que hay que ser rematadamente bueno como para convertir la idea de beber hasta caer al suelo, la extrema soledad o del suicidio en atractivas y poéticas. Ni uno ni dos fueron los que se quitaron la vida, coherentes eran el menos. Precisión curiosa: aquí los ególatras eran los del pene, ellas por contra se centrarán en la racionalidad y en la preocupación por la familia y la comunidad. Por eso hay quien habla de dos ramas separadas dentro del Romanticismo. 

Hablemos de estos señores del Romanticismo, a ver si tienen algo que ver con los chicos dieciochescos que decía E..

9 de enero de 2014

Por eso el blues se llama blues

Hay días en los que uno está gris. Los británicos lo llaman estar azul pero... bueno, son británicos. Es normal, llueve un día sí y otro también, para ellos gris es cualquier día. Decía, hay días en los que uno está gris. Gris plomizo, sin brillo, tirando a gris nube-de-otoño. No es tan oscuro como el negro muerte, no. Es un gris calmado, sin energía. Un gris humo exhalado sin fuerza que se queda envolviendo al fumador en neblina en lugar de dispersarse. Ese gris. Creo que habéis cogido la idea, ¿no?

Hay días que estás así, así de gris. Días que te apetece muchísimo hacer nada. Todo lo que implique participación activa queda descartado. Si hoy fuese un día de esos, no habría pasado de la primera línea. El plan perfecto es tirarse en algún sitio blando y cómodo a ver una película. Y digo tirarse, no sentarse o tumbarse, esas implican cierta planificación. Me refiero a tirarse desordenadamente sobre, pongamos, el sofá. Sin ningún tipo de cuidado y gastando el mínimo de energía. Son días en los que te limitas a existir, como un espectador del mundo que te rodea, sin interesarte realmente por nada. Como ausente, como si parte de ti estuviese en otro mundo. 


Los días grises a veces también apetece recrearse en esta grisedad; igual que cuando alguien está contento escucha música alegre y no para quieto. El cuerpo pide un entorno en sintonía con su ánimo. La imagen de un día así es un bar viejo, con poca luz y no muy grande; con más humo que almas. Encajado en  un rincón hay un músico de esos de voz profunda tocando por cuatro duros canciones que hablan de cosas perdidas, de amor y de soledad. Tú te refugias tras una pinta de cerveza, servida en un vaso tan gastado que hace años que no se ve a través de él. La música envuelve todo y crea una atmósfera en la que es fácil perderse. No necesitas más para sumirte en tus pensamientos. Espectador distraído, concentrado en la función que se desarrolla en su interior.

Es complicado describir emociones, a veces la música lo hace mucho mejor: 

7 de enero de 2014

Luz y color

Hacía ya mucho que el sol se había puesto y el frío calaba hasta lo más profundo del corazón. Apenas indistinguible entre la oscuridad de la noche, un denso enjambre de nubarrones tapizaba el cielo. Amenazaba tormenta. El silencio era agobiante, opresivo. No se movía nada, ni una brizna de aire. Pese a la quietud, una casi palpable intranquilidad reinaba en el entorno.

Un silbido rasgó la oscuridad, largo y continuo, como un cuchillo rasgando un telón desde el peine hasta las tablas. La sorpresa fue absoluta, algo había roto la calma. Pero la sensación no fue de alivio sino de malestar, fruto de la incertidumbre. Al menos así fue para los que andábamos despiertos a esas horas, amigos de combatir la oscuridad con un cigarro. el silbido se hizo eterno pero lo que vino después le quitó toda importancia. Si el silbido había rajado el silencio, el estruendo que vino a continuación lo destrozó, lo deshizo en mil pedazos hasta reducirlo a polvo. Ese estruendo rompió muchas más cosas, pues el silencio había sido lo de menos. Esa detonación era el grito de una explosión de luz, esparciéndose como una fuente incandescente de infinitos colores. Era un cohete lanzado contra la oscuridad; una bomba de alegría decidida a destruir la quietud, a combatir las negras nubes a golpe de color. 

Perplejos, atónitos, son adjetivos que se quedan cortos. Era algo con tantísima energía que nos paralizó. Parálisis fugaz, desterrada por la emoción que agitaba todo el cuerpo. Una explosión detonada por aquello que acababa de golpear el cielo. Alegría, esperanza, una suerte de felicidad contagiosa, así porque sí. Ese es el efecto que tiene.

No pretendo que lo entendáis, pero esta pequeña descripción es lo que más se parece al efecto que tienen algunas risas. La suya, por supuesto.

Texto reciclado. Sin fecha. Algún momento de 2013

Paz entre el ruido, un ruido que funciona como la música más atronadora, que atonta la cabeza e impide pensar. Barrera a todo pensamiento, no sólo a los indeseados –por desgracia– sino a todos. Un constante estado de coma cerebral. Un discurso pendiendo de una coma, sin decidirse a llegar al punto, a terminar de una vez por todas. Así funciono a veces, no sé si vosotros también, apartando aquello que nos perturba y enterrándolo. Barriendo mis problemas debajo de la alfombra. Pero no hay alfombras infinitas y terminará por no ser suficiente; entonces me ahogaré en mi propia suciedad.

Buscamos mil y una formas de ser felices pero a la larga no hay droga que coloque este desorden ni música que acalle los gritos. Estamos enfermos, intoxicados por nuestra incapacidad para resolver ciertos problemas. En algún momento alguien mutiló nuestra autonomía y nos dejó como barcos al pairo. Corderos que confían en un cabrón disfrazado de pastor. Se nos ha derrumbado el mundo y no tenemos herramientas para defendernos. Ganado perdido sin las vallas del redil.

En lugar de regocijarnos en nuestra libertad nos aferramos al primer atisbo de seguridad, conscientes de nuestra desorientación, o nos atontamos con basura. Cualquier cosa que mate nuestro tiempo. ¿No es triste esa expresión? ¿Desde cuándo el tiempo es algo que nos sobra? ¿Desde cuándo nos agobia tanto el presente que queremos que pase, que queremos matarlo? El tiempo es probablemente el recurso más valioso que tenemos y en esta época de abundancia lo malgastamos como si nos sobrase. Idiotas. Usemos cada segundo como si fuese el último porque llegará un día en el que lo será y no podremos hacer nada para evitarlo. Invirtamos el tiempo en tener más, en vivir más y sobre todo mejor. No nos limitemos a existir pudiendo exprimir este regalo al máximo. Ya que no confiamos en una segunda vida eterna, vivamos esta.

Pero el tiempo no lo es todo. Importa más una hora de felicidad que una semana de tedio. Nuestro objetivo en este mundo no debería ser otro que ser felices a pesar de cualquier cosa. Enfrentarnos a nuestros problemas y vencerlos, no esconderlos ni dejar que nos puedan. El único sentido que puede tener la vida es ser feliz. Porque sino, ¿para qué vivir? ¿para qué perpetuarse durante años para ser infeliz? Todo lo demás debería ser circunstancial, todo aquello que no nos llene, que no nos impulse a vivir un día más, a levantarnos cada mañana con ganas. Todo eso deberían ser accesorios que nos ayudasen a hacer lo que nos haga felices, meros adornos; y no el elemento principal de nuestras vidas. Tenemos nuestra escala de valores invertida y nos desvivimos por estupideces. Probablemente el niño cuyo único objetivo es jugar o el adolescente que enfoca su semana en tener un fin de semana inolvidable son los que están disfrutando de su vida. En esencia aquellos que viven la vida con ilusión.

Viéndolo con un poco de perspectiva, en realidad damos mucha pena. Es infinitamente triste que, como especie, llevemos más de 2000 años buscando cómo ser felices. La receta para ser felices a pesar de la adversidad. De la filosofía helénica a los libros de autoayuda. Poca novedad y ninguna solución. 


Texto reciclado. Sin fecha. Algún momento de 2013