Se escribe mucho mejor cuando de verdad quieres contar algo, cuando lo necesitas, cuando te sacas algo de tu interior y lo estampas en un papel (o blog, en su defecto). Textos cargados de sentimientos, un torrente de palabras que se llevan toda la ira que llevas dentro o un goteo pasteloso que te hace ver tu enamoramiento. O mil cosas más. Pero se nota, tanto el que escribe como el que lee. Al primero porque le cuesta menos escribir, al segundo porque lo que lee tiene más interés. Un texto con sentimiento tiene más fuerza, transmite mucho más.
En esos momentos el que escribe lo hace porque lo necesita, (le) da igual que alguien lo vaya a leer o no, es una manera de desahogarse, de aclararse, como mirarse en el espejo, en un espejo del alma. Todo el mundo debería escribir, igual que hacer ejercicio. Es bueno, cómodo, sencillo. Es una manera de recordar pero también de ver, de soñar y de aprender.
Una mañana de otoño, un sendero de tinta.
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