Al igual que los tambores que anuncian la batalla, ritmicamente caía el vaso de chupito contra la barra. Uno detrás de otro, incesantes. Trago tras trago en una catarata cristalina. Cada golpe seco de cristal sobre madera sonaba igual que un disparo, y los tiros iban directos al corazón de las penas. Cuando se ha vaciado cierto número de cartuchos el espacio-tiempo se rompe. El dónde pasa a ser irrelevante y el tiempo deja de existir. Esta brecha es tan brutal que no llegará a grabarse en tu memoria.
Todo ha cambiado y enfrentas el mundo de otra manera, con un universo de deseos totalmente diferente, libre, amplio.
Pero todo esto no es más que prestidigitación, pues a la mañana siguiente el retroceso de todos esos disparos pegan de golpe postrando al bebedor de rodillas.
Se puede jugar con muchas cosas pero no con el tiempo.
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