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8 de mayo de 2014

Un cigarro y un pincel

Un cigarro a dos caladas de consumirse, abandonado con prisas sobre un rayado cenicero de cristal, parecía ser el único responsable de la neblina que inundaba la habitación. Era difícil precisar la hora, la luz que entraba por la ventana era esa luz grisácea de cualquier día de invierno en cualquier momento entre el amanecer y el atardecer. Como migas de pan, prendas de ropa por el suelo marcaban el camino desde mitad del pasillo hasta la cama. sobre ella, se adivinaba un bulto entre las desordenadas mantas. Dos cuerpos entrelazados, tan juntos que lo único que había entre ellos era sudor.

Tal era la escena que el pobre pintor trataba de fijar en aquel condenado lienzo, en un desesperado intento por sacársela de la cabeza. Ingenuo de él, creía que pintando todos y cada uno de esos recuerdos, quedarían encerrados en una cárcel de óleo para no volver a atormentarle jamás.

Por desgracia para él, la cantidad de pintura en los lienzos casi igualaba a las lágrimas derramadas pintándolos. Los recuerdos se amontonaban por los rincones en pilas de alegrías infinitas condenadas a tempo pretérito. A cada cuadro más viva la escena, más real la imagen, más honda la pena, más amargas las lágrimas.