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14 de julio de 2013

Hablemos de alcohol, como siempre

Como todo lo bueno, solo es mejor. Es probablemente el mejor criterio para distinguir lo bueno de lo malo. Si un trago te da arcadas, si necesitas mezclarlo para que entre, no es bueno. Esto se aplica principalmente a los vinos, a los licores y a las personas. 

La calidad no debe mezclarse, sino tomarla tal cual. Con paciencia, a pequeños sorbos, disfrutando. Sin abusar. Se merece tu tiempo y un vaso de verdad, no esas mierdas de plástico. Te recompensará despejándote la mente, con una buena conversación. Ayuda a pasar las frías noches de invierno y las largas noches de verano. Da apoyo cuando hace falta y viene bien a la hora de meditar una decisión importante. Son gente con presencia y lucidez, bebidas con cuerpo y aroma.

Por supuesto, está la opción barata. La que solo entra con litros de mezcla y mucho hielo. La que no se toma nada con moderación y no piensa dos veces las cosas, ni siquiera una. O te la bebes de un trago o no hay quien pueda. Entra fría, te calienta toda la noche y a la mañana siguiente te deja tirado. Es la del clásico ¿qué he hecho?. Esa que a la mañana siguiente, al abrir los ojos, hace que pienses "mierda, nunca más". Por supuesto que no es de fiar, no le confíes ni tus penas ni tu amor. Lo más que vas a sacar es un dolor de cabeza o una mala conciencia, y ganas de vomitar. Puede que incluso las tres. Tiene tendencia a borrar la memoria o nosotros a borrarla de ella, no lo recuerdo.

Aunque así puesto parezca obvia la mejor opción, tendemos a decantarnos por la segunda. Por supuesto que es tentadora. Ayuda a deshacerse de tensiones y sale mucho más barata, económica y sentimentalmente. No nos gusta la sensatez ni la seguridad. Huimos como locos de la razón y la seriedad. Yo el primero. Pero hay muchas direcciones en las que correr cuando huyes de algo y las personas baratas no son ni serán la mejor opción. Todos recurrimos al alcohol de a 4€ la botella de vez en cuando pero es un suicido hacerlo una constante, tan suicidio como ahogarse en él. Es mejor tener unas pocas botellas de las buenas para todo el año que olvidar tu nombre todos los fines de semana. Igual que es mejor la escasa pero buena compañía que una horda de conocidos que en el fondo apenas te conocen.

En cualquier caso, la mejor opción es y será la cerveza con risas. No encaja ni en un lado ni en el otro. Sus consecuencias son imprevisibles y dependen solo del estado de ánimo de los presentes. Y ambas, sin duda, entran solas sin necesidad de mezclarlas con nada.



9 de julio de 2013

Inconfundibles

No están rotas, están melladas. No tienen defectos de fábrica pero la vida es muy puta y pega fuerte. A base de años son un lienzo de golpes y arañazos, de los que te llevas al caerte al suelo, al tirar hacia delante. Los golpes internos no se ven a simple vista, pero se terminan notando. Son, sin duda, los que más marcan. Corazones cosidos a cicatrices, arados con desengaños. Están hechos al uso, cansados de ser usados con tanta frecuencia.

Las personas melladas tienen un aire especial, entre duro y cansado, como los viejos veteranos. Pero sin ser viejas, ni tan veteranas como creen. Una mezcla de la desconfianza de la experiencia sumada a la impulsividad de la juventud. Un cóctel explosivo que termina explotándoles siempre en las manos al grito de "¿ves? ¡ya lo sabías!". Las deja sordas y ciegas durante una temporada pero al final esa gente se queda con ese aire especial. Ese gesto de sé mucho más de lo que parece pero no me voy a molestar en demostrarlo.

Parte de sí la enseñan, parte la dejan a la imaginación, como un buen bailarín de tango. Te las encontrarás en el metro o esperando el autobús, en el bar de abajo o haciendo footing. Son ese chico callado que te cruzas todas las mañanas, la muchacha de la mesa de enfrente y el señor de traje del último piso. Son muchas y diferentes las personas melladas pero a todas se les nota el polvo del camino. Porque aquí, la puta, no perdona a nadie.