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7 de mayo de 2013

In memoriam


Cada cual honra o llora a los muertos como puede, como sabe o como le sale. Desde lágrimas sueltas a catedrales, pasando por llantos desconsolados, esculturas, sinfonías o poemas. Yo no soy ni propenso al llanto ni arquitecto, ni mucho menos millonario, tampoco soy escultor ni compositor, aún menos capaz de elegías como las de Lorca. Yo tengo mi cabeza y mis palabras y no soy particularmente sobresaliente con ninguna de ellas. A mi los sentimientos me salen en formato texto, yo lloro letras. Me expreso o teorizo o se me va la olla y vomito incoherencias, según. En cualquier caso, te regalo mis palabras. 



          Una sombra, justicia, llanto, desgarro, dolor, bendición, indiferencia. Eternidad, castigo, recompensa, fin, principio, alivio, paz, pena... La muerte es muchas cosas, según para quien. Nunca un sufrimiento en sí para el difunto aunque a veces el más terrible desgarro para los aún vivos. Existen tantas formas de entender la muerte como personas y es probablemente uno de los elementos más íntimos del 'yo', tanto la forma de ver la muerte de los otros como de ver la propia. Según entendamos la muerte entenderemos la vida, o viceversa, y las diferencias entre unos y otros sobre este aspecto son abismales.

              Hemos construido auténticas realidades alternativas en las que albergar a los que dejan de vivir. Hemos construido mundos de muertos para los vivos, para que nos sea más sencillo asumir la muerte, para calmar los ánimos y dar explicaciones sobre lo que nadie conoce. El más allá tiene una doble función: tranquilidad personal, en cuanto a lugar de futuro reencuentro; y control social, en tanto que es premio y castigo, recompensa o tortura. Una construcción que presupone responsabilidades eternas a actos presentes, una forma de responsabilidad y justicia que, si la asume la mayoría, es más eficaz que una real. Los diferentes paraísos son reflejos de las máximas aspiraciones de una cultura, de su idea de felicidad. Desde el bélico y festivo valhalla vikingo al pacífico y puro cielo cristiano, pasando por los Campos Elíseos, el Aaru o la Yanna. Con sus correspondientes opuestos en los que se llevan a cabo las torturas más escalofriantes. Los criterios de entrada a los paraísos varían entre culturas pero se corresponden al ideal de buena conducta de cada una. 

                Pero más allá de su significado cultural, la muerte es fundamental en nuestra forma de entender el mundo y de llevar nuestra vida. Sin ella es imposible explicar el concepto 'vida'.  La muerte es, en cierta forma, el motor de la vida. El saber que el tiempo del que disponemos es finito le da una forma especial a nuestra existencia. Nuestras propias expectativas respecto a la muerte van a construir de manera fundamental nuestra forma de afrontar la vida. La inquietante incertidumbre del "cuándo" y el "cómo" y la absoluta certeza del "qué" le dan un papel único a las tijeras de Átropos. Son unas espuelas hacia aprovechar el tiempo, la cuerda que tira hacia la actividad; también son el riesgo y la emoción, el desconocimiento motivador.

            Probablemente el fenómeno más incomprensible e inquietante y a la vez el más simple y común al que puede enfrentarse un ser vivo. Es la única seguridad total de nuestras vidas, el único hecho inamovible: la historia se acaba. Esa historia que se abre con nuestros llantos se zanja con los de otros. Hay cosas más importantes que lamentar que una que, al fin y al cabo, ya esperamos. Dolor y sufrimiento merecen más mares que la muerte, pues son contingentes. Y sin embargo, el abrumador peso de la muerte anula todo lo demás. Su imponente objetividad, su innegable presencia, eclipsan todo lo demás. No nos dejemos cegar por falsos soles.

                En el fono, la cuestión no es el cuándo se muere sino el cómo se vive. Encajados en una concepción cuantitativa se nos escapa lo no medible, la esencia. Treinta años de disfrute, de exprimir la vida, de aprovechar cada segundo, de plenitud y felicidad, de vida completa, de experiencias nuevas y ricas valen más que 90 años de existencia insulsa, de lustros tirados en un trabajo monótono, de años que caen en cascada indistinguibles unos de otros. Se un Alejandro Magno, un don Juan, un Morgan, un Jagger o un Rimbaud, exprime la vida y sacale el jugo a cada segundo. No son infinitos por muchos que haya. En fin, que vale más un Ferrari que 20 monovolúmenes. Todo el mundo muere, tarde o temprano. Pero no todos han vivido. Quizá deberíamos llorar no por los que mueren sino por los que viven a medias. 

                Mis lágrimas no son por tu marcha, que quizá se merezca más una débil sonrisa. Tampoco porque no hayas disfrutado de estos años, todo lo contraio. Son por el enorme e injusto sufrimiento que has tenido que aguantar. 


Requiescat in pace






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