No nos gustan personas concretas. Nos gustan los conceptos que representan. Adjudicamos roles a las personas que entran en nuestras vidas, funciones. Las colocamos en categorías ideales, en espacios vacíos en los que encajan. Amamos esas categorías, a quien las ocupa por estar ellas. Quizá no llenen del todo el hueco, casi nadie lo hace. Pero idealizamos a quien las llena para que ocupe todo el espacio que le corresponde, inflamos a las personas al idealizarlas.
Idealizamos al amor de nuestra vida pero también a nuestro mejor amigo, al follamigo de turno o a nuestro archienemigo. Las personas no son, las hacemos ser algo de eso según nuestras necesidades y a cómo encajen en ciertos huecos. Y si los huecos están llenos, las colocamos en otros salvo que nos parezcan mucho mejores que el actual ocupante. En ese caso comparten hueco si es suficientemente grande o remplazan al anterior.
Depende de cuando aparezcan las personas, ocuparán huecos, remplazarán a alguien o simplemente pasarán de largo por nuestra vida. Tu mejor amiga podría ser una desconocida, tu archienemigo el amor de tu vida. Según. Al final no deja de ser todo una cuestión de casualidades, coincidencias y buena (o mala) suerte.
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