Imagino que un poeta la describiría como una flor entre
zarzas y un “poeta”, como una gatita perdida en un bosque. Esa absurda
tradición poética de describir la belleza femenina como delicada y contrastarla
con un entorno hostil. Esa absurda costumbre de olvidar que las rosas también
tienen espinas y que las gatas arañan.
Un hada. Esa era la imagen que transmitía cuando la veías
bailar, manteniendo el equilibrio con esfuerzo, con una cerveza en una mano y un
cigarro en la otra. No un hada
victoriana, de esas pequeñitas con alas, de esas frágiles que parece que se van
a romper si las rozas. Era un hada de las grecolatinas, de las que infundían
una mezcla de miedo y atracción, de las que imponían respeto. Y si no las
rozabas, era por no romperte tú.
Era un pedazo de magia hecho persona. Los ojos cerrados, las manos al compás, tropezando de vez en cuando pero nunca llegando a caer. El pelo de colores, enredado. La ropa descolocada, con flecos volando a su alrededor. Las botas destrozadas, cubiertas de barro. Pulseras, colgantes y demás tintineando con cada movimiento. Flotaba con polvo de
hadas entre el resto de la masa como si nada de todo aquello existiese, sólo la
música.
Pese a dar la impresión de ir hasta las cejas y tener
evidentes problemas de equilibrio, guardaba cierta elegancia y trasmitía
tranquilidad. Todo ese desorden parecía estar en su lugar en ella y sólo
contribuía a su encanto. A su aspecto mágico, atemporal. Tenía una belleza… eso, mágica. No una belleza despampanante u ofensiva. No, era algo que no es de este mundo. Una belleza calmada, más propia de una estatua griega que de una persona real. Una belleza de poema épico, una belleza por la que arriesgar un imperio o perder la razón. Una belleza como la de Helena.
Sabías
inconscientemente que podría hacerte, si quisiese, infinitamente feliz o
infinitamente infeliz. Que podía controlar tus pulsaciones con una mirada. Eso
no lo hace una gata y, desde luego, tampoco una flor. Un hada sí, por eso las hadas son mucho más
peligrosas.
Normal que los griegos escribiesen leyendas sobre mujeres
así.
Normal que nos enamoremos de mujeres así.