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4 de diciembre de 2012

Frozen thoughts

La pátina de hielo sobre los adoquines brilla con los primeros rayos de sol. La hierba está cubierta de pequeños diamantes de agua. Una fina niebla lo envuelve todo y hace que la mañana tenga una luz especial. Una locomotora enfundada en un abrigo grueso y oscuro, cubierta con gorro y bufanda, pasa entre la niebla como una exhalación. Al rato pasa otra y después otra. Un lento goteo de máquinas de vaho. No hay raíles pero todas siguen el mismo camino. Los mismo pasos que dan cada mañana y desandan cada tarde.

El tempo en invierno es curioso, nos apresuramos mientras el paisaje se calma. Desaparecen los ruidos, no más cantos de pájaros ni crujir de hojas. Todo está más calmado, más pesado, más plomizo. La naturaleza pide quietud, se dispone a dormir hasta la primavera. El tiempo invita no muy amablemente a quedarse en casa y no hacer mucho alboroto. Pareciera que nos da miedo pisar la calle y que cuando lo hacemos, solo por obligación, procuramos ir lo más rápido que nos permiten nuestros helados pies y pasar el menor tiempo posible en el exterior.

Atrincherados en nuestros búnkers de lana y radiador, cien por cien a prueba de frío, celebramos como niños cuando la tierra decide arroparse con su blanquísima manta. Miramos desde nuestras ventanas, con una bebida caliente entre las manos, como cae poco a poco tapando todos los rincones. Nos encanta el frío, nos encanta el frío desde el calor y la comodidad. Igual que nos encantan las aventuras, en los libros. Nos fascina el peligro, en las películas. Nos atraen los lugares exóticos y vírgenes, en las fotografías. Nos pierde lo inhóspito, lo desconocido y lo salvaje, en los documentales. Disfrutamos con las pasiones a flor de piel, en los poemas. Nos gustan las historias enternecedoras, en las noticias. Nos gusta contemplar grandes batallas, en los cuadros.

Y así, una tras otra, pasan todas por la pantalla de tu ordenador.




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