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1 de febrero de 2014

Estatuas

Los que parecen más enteros luego son los que más rotos están. Esos tranquilos y calmados, que parecen no sorprenderse por nada. De gesto impasible y aparente sangre fría, remanso de sensatez al que muchos recurren a por consejo. Esos que a todas luces parecen sólidos, no de hielo pero sí de piedra, impensable que puedan resquebrajarse. Mentira. Así de simple. Es en gran parte fachada, un muro. Un enorme muro de piedra que da esa impresión de solidez. Todo lo que queda detrás del muro queda oculto, acostumbrado a no ver la luz. Como una estatua hueca, vacía por dentro pero hermosa por fuera. El exterior no cambia, pase lo que pase dentro. Pero eso no evita que tras esa imagen de entereza y esa sonrisa tranquila haya violentas tormentas. Tormentas difusas sin rostro ni forma, difíciles de contener o incluso de comprender. El problema de estas estatuas es que ante estas tormentas están solas. Pocos las van a entender si ni ellas mismas entienden la complejidad de lo que las golpea desde dentro. Y al final todo queda en un déjalo, da igual, estoy bien.

Una cosa sí saben: cuando golpea desde dentro, golpea muy fuerte.
Y solo queda correr y huir lejos, hasta que amaine la tormenta. Pero no se puede correr lejos de uno mismo...

Rivers

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