Una cajetilla de cigarros aplastada. Las latas y botellines, que ya no caben en la papelera, abarrotan las esquinas. La shisha, tras su último aliento, yace volcada, inerte, en el suelo. Restos de carbón maquillan la alfombra. Pantalones, sábanas y zapatillas, una sola montaña bloquea la puerta. Un vaso, con una sonrisa carmesí, nos observa desde la mesa. Los faros de los coches son la única luz que entra tras la cortina. Llueve, suave y constante. No se oye nada más, salvo tu respiración. Qué contraste, antes el palpitar de nuestros corazones era ensordecedor.
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