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9 de noviembre de 2013

Los cuentos que nadie quiere escuchar

Es sencillo cantarle a princesas en castillos en las nubes, a príncipes valientes que destriparán dragones y escalarán montañas con los dientes por un simple guiño de su amada. Nos encantan los cuentos de hadas, los héroes sobrehumanos, las hazañas memorables, los amores imposibles. Por eso es sencillo, son nuestros sueños.

También es fácil hablar de noches largas y solitarias, de almas rotas y corazones pisoteados. De imágenes en blanco y negro con muy poco blanco. Somos unos románticos de los ceniceros rebosantes, de vasos firmados con carmín y de botellas casi tan vacías como nosotros; de las noches en vela, las suelas gastadas y los arroyos salados.

Nos gustan ese tipo de historias, bien por ideales soñados, bien por realidades idealizadas. No es tan fácil hablar de sueños destrozados por cuchillas ensangrentadas ni de ahogar las penas en alcohol a diario. Nadie quiere escuchar sobre princesas que escapan de sus castillos a jeringazos, ni de príncipes que destripan ranas para no morirse de hambre. Ni hablar de sucesos mundanos, de personas anónimas ni de amores de vagón de metro.

Ni palabra tampoco de lágrimas que escuecen ni de soledad tan fría como el acero. Las pastillas para esto y lo otro, las cajas de medicamentos cuyos nombres no puedes pronunciar apilándose sin freno y las visitas semanales al loquero no venden tanto como las caritas sonrientes, las pirámides de botellines y las salidas cada finde al local de turno.

Los cuentos reales nadie quiere escucharlos, quieren la versión edulcorada, infantil, la adaptada, la que termina con un vivieron felices o en una sonrisa de anuncio de dentífrico. No quieren las que acaban con una muerte prematura por sobredosis voluntaria de estupefacientes o con una adicción a los ansiolíticos y al alcohol barato antes de los cuarenta.

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