Enamorarse es muy bonito pero termina doliendo. O termina en una botella vacía y un regusto amargo en la boca. Es esa misma sensación de domingo por la mañana con una resaca considerable, un par de moratones que no sabes de donde han salido y unos recuerdos fragmentados pero geniales de la noche anterior; momento en el que avanzas hacia la cocina intentando reconciliarte con la realidad. Más o menos a así se siente uno después de un desengaño amoroso: confundido, magullado y sin ninguna gana de salir de salir de la cama.
La verdad es que el parecido entre una noche de fiesta y enamorarse es asombroso. Ambos nos encantan por mucho que a la mañana siguiente digamos "nunca más". Con el tiempo el recuerdo que importa es el de las alegrías y nos morimos de ganas por repetir. Al fin y al cabo son esos momentos de color los que nos alegran la existencia. Por eso siempre merece la pena. Aunque hagas locuras, viertas lágrimas y termine habiendo heridos merece la pena. Merece la pena enamorarse.
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