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30 de enero de 2015

Balcón

La máxima soledad. Un balcón olvidado en una fachada abandonada de un viejo edificio prácticamente vacío. Un balcón que puede haber sido escenario de un millón de historias pero que ya sólo espera el final de su existencia; férreo vigía de un paisaje cambiante durante más de medio siglo, testigo de gracias y desgracias, cómplice de indiscreciones y compañero en noches de mirar las estrellas entre el humo del trigésimo cigarro.

Gritos, suspiros, besos, charlas, lágrimas, broncas, sonrisas, profundas reflexiones y vagas esperanzas habrán tenido lugar en un escenario así. Desde su barandilla han visto marchar el amor y llegar la esperanza, se han planeado fantásticas aventuras y se han desmoronado castillos de sueños.

Sin embargo, de todo ese catálogo de atractivas posibilidades, lo más probable es que no haya sucedido casi ninguna. Como siempre, al final nos quedamos en lo gris y en lo mediocre. Las más de las veces, lo más emocionante que le ha pasado en el día es que tiendan la ropa.

Como todos, las más de las veces en lugar de protagonistas de apasionantes historias no somos más que un triste armazón en el que colgamos ropa.

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