La
máxima soledad. Un balcón olvidado en una fachada abandonada de un
viejo edificio prácticamente vacío. Un balcón que puede haber sido
escenario de un millón de historias pero que ya sólo espera el final de
su existencia; férreo vigía de un paisaje cambiante durante más de medio
siglo, testigo de gracias y desgracias, cómplice de indiscreciones y
compañero en noches de mirar las estrellas entre el humo del trigésimo
cigarro.
Gritos,
suspiros, besos, charlas, lágrimas, broncas, sonrisas, profundas
reflexiones y vagas esperanzas habrán tenido lugar en un escenario así.
Desde su barandilla han visto marchar el amor y llegar la esperanza, se
han planeado fantásticas aventuras y se han desmoronado castillos de
sueños.
Sin
embargo, de todo ese catálogo de atractivas posibilidades, lo más
probable es que no haya sucedido casi ninguna. Como siempre, al final
nos quedamos en lo gris y en lo mediocre. Las más de las veces, lo más
emocionante que le ha pasado en el día es que tiendan la ropa.
Como
todos, las más de las veces en lugar de protagonistas de apasionantes
historias no somos más que un triste armazón en el que colgamos ropa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario