Pero nos habíamos perdido, nos habíamos perdido a nosotros mismos en algún rincón de nuestro interior. Todo por falta de juicio y por culpa de, o más bien a causa de, ellas (a fin de cuentas, ellas no tenían ninguna culpa). Como un perro detrás de una pelota corrimos sin mirar atrás y, peor aún, sin mirar hacia delante. Solo nos preocupaba la pelota pero cuando perdimos de vista la pelota, nos perdimos nosotros también.
Ellas... ¿quiénes eran ellas? os preguntareis. Ellas eran nuestra pelota, nuestras sirenas, nuestra brújula estropeada. Ellas eran nuestro destino, pero también nuestro motor y nuestro comienzo. Ellas, que no nos dejaban dormir; ellas; que nos impedían pensar en otras cosas; ellas, por las que daríamos nuestra vida; ellas, ellas, ellas... Ellas eran ellas. Y sin ellas nosotros no éramos nada.
Desorientados, inútiles, como una brújula en el polo Norte.
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