Si hace un siglo y medio se oía "Dios ha muerto", podemos añadir un crimen más a la humanidad: La fe ha muerto. Tras enterrar a Dios tomaron el relevo la Razón, el Progreso y el Amor. Pero ya no queda nada de eso. Hemos perdido la fe en la Razón y en el Progreso, hemos dejado de creer en el Amor. Hemos dejado de tener fe en los absolutos. A todo le encontramos mácula. Somos incapaces de terminar de creernos nada, incapaces de tener fe en nada. En nada ni en nadie.
Nos hemos deshecho de toda tabla a la que algún día nos agarramos para no ahogarnos en nuestro viaje por la realidad. Y ahora solo pataleamos desorientados intentando no hundirnos.
Nos queda agarrarnos a lo único tangible que nos rodea: el ahora. Aferrarnos al presente es quizá lo único que nos salva un poco. No mirar hacia atrás, no mirar hacia adelante. Permanecer en este preciso instante, exprimirlo, aprovecharlo, disfrutarlo y, en definitiva, vivirlo. Quizá estemos más cerca del carpe diem que nunca.
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