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7 de enero de 2014

Paz entre el ruido, un ruido que funciona como la música más atronadora, que atonta la cabeza e impide pensar. Barrera a todo pensamiento, no sólo a los indeseados –por desgracia– sino a todos. Un constante estado de coma cerebral. Un discurso pendiendo de una coma, sin decidirse a llegar al punto, a terminar de una vez por todas. Así funciono a veces, no sé si vosotros también, apartando aquello que nos perturba y enterrándolo. Barriendo mis problemas debajo de la alfombra. Pero no hay alfombras infinitas y terminará por no ser suficiente; entonces me ahogaré en mi propia suciedad.

Buscamos mil y una formas de ser felices pero a la larga no hay droga que coloque este desorden ni música que acalle los gritos. Estamos enfermos, intoxicados por nuestra incapacidad para resolver ciertos problemas. En algún momento alguien mutiló nuestra autonomía y nos dejó como barcos al pairo. Corderos que confían en un cabrón disfrazado de pastor. Se nos ha derrumbado el mundo y no tenemos herramientas para defendernos. Ganado perdido sin las vallas del redil.

En lugar de regocijarnos en nuestra libertad nos aferramos al primer atisbo de seguridad, conscientes de nuestra desorientación, o nos atontamos con basura. Cualquier cosa que mate nuestro tiempo. ¿No es triste esa expresión? ¿Desde cuándo el tiempo es algo que nos sobra? ¿Desde cuándo nos agobia tanto el presente que queremos que pase, que queremos matarlo? El tiempo es probablemente el recurso más valioso que tenemos y en esta época de abundancia lo malgastamos como si nos sobrase. Idiotas. Usemos cada segundo como si fuese el último porque llegará un día en el que lo será y no podremos hacer nada para evitarlo. Invirtamos el tiempo en tener más, en vivir más y sobre todo mejor. No nos limitemos a existir pudiendo exprimir este regalo al máximo. Ya que no confiamos en una segunda vida eterna, vivamos esta.

Pero el tiempo no lo es todo. Importa más una hora de felicidad que una semana de tedio. Nuestro objetivo en este mundo no debería ser otro que ser felices a pesar de cualquier cosa. Enfrentarnos a nuestros problemas y vencerlos, no esconderlos ni dejar que nos puedan. El único sentido que puede tener la vida es ser feliz. Porque sino, ¿para qué vivir? ¿para qué perpetuarse durante años para ser infeliz? Todo lo demás debería ser circunstancial, todo aquello que no nos llene, que no nos impulse a vivir un día más, a levantarnos cada mañana con ganas. Todo eso deberían ser accesorios que nos ayudasen a hacer lo que nos haga felices, meros adornos; y no el elemento principal de nuestras vidas. Tenemos nuestra escala de valores invertida y nos desvivimos por estupideces. Probablemente el niño cuyo único objetivo es jugar o el adolescente que enfoca su semana en tener un fin de semana inolvidable son los que están disfrutando de su vida. En esencia aquellos que viven la vida con ilusión.

Viéndolo con un poco de perspectiva, en realidad damos mucha pena. Es infinitamente triste que, como especie, llevemos más de 2000 años buscando cómo ser felices. La receta para ser felices a pesar de la adversidad. De la filosofía helénica a los libros de autoayuda. Poca novedad y ninguna solución. 


Texto reciclado. Sin fecha. Algún momento de 2013


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