Las autoridades literarias advierten:

Los textos contenidos en este blog pueden o pueden no ser un reflejo de la realidad. En caso de duda, evite tomárselos demasiado en serio o sacar conclusiones precipitadas.

El autor no se hace responsable del efecto que pudiesen causar sus textos. Tampoco se garantiza que los puntos de vista expresados en este blog sean coherentes, constantes o similares en algún sentido a los del autor.

Si tiene cualquier queja, pregunta, sugerencia o quiere expresar lo mucho que le pica un pie, adelante, comente.

9 de enero de 2014

Por eso el blues se llama blues

Hay días en los que uno está gris. Los británicos lo llaman estar azul pero... bueno, son británicos. Es normal, llueve un día sí y otro también, para ellos gris es cualquier día. Decía, hay días en los que uno está gris. Gris plomizo, sin brillo, tirando a gris nube-de-otoño. No es tan oscuro como el negro muerte, no. Es un gris calmado, sin energía. Un gris humo exhalado sin fuerza que se queda envolviendo al fumador en neblina en lugar de dispersarse. Ese gris. Creo que habéis cogido la idea, ¿no?

Hay días que estás así, así de gris. Días que te apetece muchísimo hacer nada. Todo lo que implique participación activa queda descartado. Si hoy fuese un día de esos, no habría pasado de la primera línea. El plan perfecto es tirarse en algún sitio blando y cómodo a ver una película. Y digo tirarse, no sentarse o tumbarse, esas implican cierta planificación. Me refiero a tirarse desordenadamente sobre, pongamos, el sofá. Sin ningún tipo de cuidado y gastando el mínimo de energía. Son días en los que te limitas a existir, como un espectador del mundo que te rodea, sin interesarte realmente por nada. Como ausente, como si parte de ti estuviese en otro mundo. 


Los días grises a veces también apetece recrearse en esta grisedad; igual que cuando alguien está contento escucha música alegre y no para quieto. El cuerpo pide un entorno en sintonía con su ánimo. La imagen de un día así es un bar viejo, con poca luz y no muy grande; con más humo que almas. Encajado en  un rincón hay un músico de esos de voz profunda tocando por cuatro duros canciones que hablan de cosas perdidas, de amor y de soledad. Tú te refugias tras una pinta de cerveza, servida en un vaso tan gastado que hace años que no se ve a través de él. La música envuelve todo y crea una atmósfera en la que es fácil perderse. No necesitas más para sumirte en tus pensamientos. Espectador distraído, concentrado en la función que se desarrolla en su interior.

Es complicado describir emociones, a veces la música lo hace mucho mejor: 

No hay comentarios:

Publicar un comentario